domingo, 27 de agosto de 2017

Adiós (...y para siempre)

Tus caricias parecían del color de la nada y tus disculpas polvo de ceniza que el viento se llevaba. De esta forma tus abrazos los sentía como lluvia negra que sobre mi cabeza caía. No. No es un “hasta después” el adiós que te doy. Mi adiós es para siempre. Pues como siempre durarán en mí el dolor de tus heridas. Tus engaños, tu lengua que escupía sangre. Mis palabras eran siempre silenciadas por las huellas de tus pies. Si quieres venir a por tus cosas, ven. Basta que gires la llave. Que lo sepa antes para dejarte la puerta en condiciones y de forma que no tenga que ver tus patadas de coraje al sillón donde jugábamos. Llévate todo lo tuyo y que el sol para los dos comience ahora.


Quiero que sepas que los odios no caben dentro de mí, pero no me sé ni quiero aprender el alfabeto de la sumisión. Mejor vivir sola que escuchándome los alaridos de la violencia. Ojalá para todas eso pertenezca ya a la prehistoria, aunque me temo no es así todavía. Que todavía las haya provoca que sigamos luchando para generar esperanza, primero de que sean escuchadas y sus voces no se olviden, y que, rebelándose con sentido común, que en este caso es la justicia, pronto, mañana mismo si fuera posible, no se volviera a escuchar latigazos de este tipo ni a estar viviendo sueños que han de enterrarse.


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