miércoles, 2 de agosto de 2017

ONGs, la demagogia está servida

Me sentí justamente indignado cuando, hace más de diez años, surgió la noticia de que, en una conocida ONG en la cual colaboraba, parte de la directiva había malversado fondos para sus intereses particulares. Fue uno de los primeros escándalos -al cual han seguido otros-, alguno de ellos muy recientes y significados.
Siempre que salen a la luz tales escándalos surgen voces que apuntan a la inutilidad de este tipo de organizaciones, como si su presencia estuviera demás. Enseguida, aparecen descalificaciones, resaltando que gran parte del dinero que manejan se van en burocracias inútiles, y que es raquítica las cantidades de aportaciones que realmente llegan al cumplimiento de los fines estatutarios. No les falta razón, pero sólo en parte. De nuevo hay quien aprovecha que el Pisuerga pasa por Valladolid para hacer gala de sus prejuicios.
Si extendiéramos ese argumento, acabaríamos disolviendo muchas comisiones de fiestas de los pueblos, los casales falleros, más de un club deportivo (incluso alguna que otra federación…), muchos municipios, alguna asociación de padres de alumnos, una o dos casetas de feria de Sevilla, unas cuantas cofradías de Semana Santa, asociaciones de excursionistas, unas cuantas diócesis y de asociaciones de empresarios, un porrón de diputaciones y me sé de un par de partidos políticos por lo menos.
Allí donde se mueve capital se corre el riesgo de que afloren las miserias humanas, la tentación de meter la mano en la caja o, al menos, malgastar la buena voluntad de la gente. No es el fin de esas organizaciones el que las vuelve vulnerables, es la falta de fiscalización –de control real de sus cuentas- lo que las pudre y degenera.
No vale tirar la toalla y bajarse del carro, borrarnos y darnos de baja de la suscripción a esta u otra ONG. Para empezar, pagarán justos por pecadores y –como siempre- sufrirán las consecuencias los que más necesitan la ayuda. Y estamos hablando de vidas humanas, no de fiestas patronales ni peñas de alpinismo.
Que haya gente que haga de su capa un sayo con su ética o su conciencia no significa que nosotros debamos hacer lo propio con las nuestras. Al contrario, nos da argumentos para exigir mayor control y mejor fiscalización en su gestión.
“Pagar justos por pecadores”…, ese es en el fondo de la cuestión en realidad. Por el mismo agujero por el que se pierde el dinero se van, sobre todo, vidas –VIDAS, no expedientes-. Desaparecen personas, víctimas de redes de explotación económica, sexual, tráfico de órganos… o simplemente abandonados a su suerte, a la deriva, hacia unas playas a las no llegarán nunca.


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