lunes, 23 de octubre de 2017

Soledad


¿Le gustaba estar solo? Más bien, era un solitario. Salían las primeras horas del día y aún tenía encendida la lámpara de su habitación. Solitario, sí; pero con miedo. Y sigue allí todavía. Ya es mayor y no se ha enterado que la mañana se ha puesto a cantar y nos está llamando a todos a vivir. Ha vivido ya en cuatro pueblos y en todos ellos, dice él, ha intentado buscar un amigo con quien charlar, y nadie lo ha aceptado. Por eso, lo da ya por imposible. Cuando ya no le queda otro remedio, y con el tiempo contado, se levanta, se ducha, desayuna y llega a tiempo a la parada de la guagua.  Le conocen como el “trasero”.  Siempre se sienta en la parte de atrás del autobús y la gente le mira, con el rabillo del ojo, y le ven como si estuviera mirando para cada uno pasando lista. Y más o menos aciertan: desde su asiento observa al resto de personas, una a una, preguntándose que estarían pensando.


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