martes, 30 de enero de 2018

Dos amigos han venido a vernos

Hace mucho, mucho tiempo que viajaron a otros campos y lugares y poco sabíamos de ellos más que en foto. Los dos suelen estar separados pero cada año se juntan y conviven juntos más o menos durante una semana y casi siempre bajo la lluvia. Uno es ruidoso y aparece como el redoble de campanas. Antes de verlo ya sabemos quién es por sus gritos y exclamaciones que caen y rebotan en el suelo como campanas que redoblan. Parecen venir dos juntos y cuando rozan el suelo se multiplican en ni se sabe cuántos. Empujan con fuerza al llegar, pero luego se derriten de cariño en nuestras manos. Vienen con prisa, pues permanecen poco en nuestro terreno. Por eso aparecen con tanta bulla. Quieren que todos les veamos y al menos nos asomemos a la ventana para saludarnos. Y así, a la carrera, para que no nos olvidemos de su pinta vino y se fue nuestro amigo Granizo.


Y también vino Nieve, calladita y sigilosa. Como hace ella siempre, y no se quedó en las montañas, sino que bajó a las plazas y campos de futbol de los barrios de mi ciudad. No habla, no pregunta, no hace ruido. ¿Qué quiere nosotros? Dicen algunos que se porta mal invadiendo. Aquí no. Aquí viene muy poco, no sé de cuánto a cuánto, y por eso todos y felices. Felices y contentos. Eso sí, alguna vez viene con prisa y enredadora nos echa por tierra lo que habíamos sembrado. Por eso, amigos sí, pero de temporadas cortas.



Codicia


La codicia no tiene edad ni nacionalidad. Crece como una amapola sangrienta a través del flujo de unos hechiceros que también en el colmo de la ambición, procuran amarrar el pensamiento. De vez en cuando un viento fuerte chisporrotea en el aire y manda lo viejo al olvido. La distinguirás porque nunca notarás en su sentir un buen criterio en torno a acciones sociales o un mínimo talante de generosidad y acciones desinteresadas. En su régimen de vida se asemejan al talante del dictador en la política que en la práctica sustituye la constitución de su país por un solo decreto: “El derecho de la fuerza está sobre la fuerza del derecho”. Incapaces de esperar otro minuto, ni un segundo, por aquello que desean para sí mismos no son capaces de esperar que aquel muera para registrarle los bolsillos.


lunes, 29 de enero de 2018

Vocación

Se había dedicado a la tarea social. Más bien se podría decir que se había entregado de lleno. Iba dentro de su sintonía vital: a los demás los sentía parte esencial de su vida. Era de las que pensaba: Cuanto más libre sea el otro, más libertad tendré yo. Cuánto más integrado en la sociedad esté aquel que logra sobrevivir aún sin trabajo, más tranquilidad social viviría ella también.

Sabía que no le bastaba la buena intención, que para ello necesitaba formarse. Y en un esfuerzo logró sacar al mismo tiempo la graduación como trabajadora social y como animadora socio-cultural. Desde ahí comenzó a hacerse presente en las plataformas sociales de integración de los más débiles. Y pronto descubrió que, si bien no podía hacer suyo personal los problemas que día a día le traían muchas personas, para poderlas atender bien, no le bastaba verlas como simples usuarios. Cada uno de los que tenía delante era unas personas con su nombre y apellidos, con su historia personal. Por eso cuando se reunía con sus compañeros de trabajo no hablaba de “los usuarios “, sino que comentaba “Pedro y Andrea, …los hijos de Juan Ramón”. Era una forma externa de expresar que también hace falta amor y delicadeza con cada persona. Y eso no era fácil. Todo trabajo que lleve consigo el trato con personas implica, más que la solución de unos papeles o la venta de un objeto, el atender a cada persona como se merece. De ahí que en su barrio fuera a comprar a la frutería que le quedaba un poquitín más lejos. Allí el dependiente la saludaba, le sonreía, la llamaba por su nombre. En la otra la chica encargada, con el ceño fruncido, solo miraba a la máquina, bien de pesar, bien de calcular la suma. Era feliz viendo que al trabajar para los otros estaba también amando a los demás.