viernes, 27 de noviembre de 2020

Rebeldes

¿Por qué será que todos los que reparan o construyen una obra pública son sospechosos de dejar tinta negra en su caminar?

¿Por qué será que muchos de los pueblos y gentes que, desde un ayer muy lejano, han sido sufridores de esta colección de mangantes hoy son unos déspotas?

Preguntemos a los que huyendo en busca de una vida digna -algo a lo que nos anima buscar los derechos humanos- fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera. Preguntemos a los que nunca saben de dónde son, a los eternos indocumentados. Ellos, como tú y como yo, aman el amor y la vida y los alegres días de la primavera

Estos síntomas vividos por muchos latinoamericanos han sido expresados por sus poetas, escritores teólogos etc. y hasta por sus muertos. Sí, los muertos están cada día menos dóciles, más rebeldes. Parece como sí se dieran cuenta de que cada vez son más mayoría.

Pero detrás de ellos, ayer y hoy,  hemos nacido nosotros, todos aquellos que, con un mínimo de conciencia en cualquier lugar del mundo, queremos que nuestra esperanza no se quede en meras palabras.



jueves, 26 de noviembre de 2020

Stephen Hawking y las depresiones

Durante una conferencia en el Instituto Real de Londres, Hawking comparó los agujeros negros con la depresión, porque lo que está claro es que ni de los agujeros negros ni de la depresión es imposible escapar. “El mensaje de esta conferencia es que los agujeros negros no son tan negros como los pintan. No son las prisiones eternas que antes se pensaba que eran. Las cosas pueden salir de un agujero negro al exterior y, posiblemente, a otro universo. Así que si usted siente que está en un agujero negro, no se rinda; hay una salida“, dijo.

Cuando se le preguntó acerca de sus discapacidades, dijo: “La víctima debe tener el derecho de poder poner fin a su vida, si él quiere. Pero creo que sería un gran error. Por muy mala vida que pueda parecer, siempre hay algo que puede hacer y tener éxito en ello. Mientras hay vida, hay esperanza“. Hawking continuó con un mensaje inspirador acerca de las discapacidades:

Si usted está incapacitado, es probable que no sea su culpa, pero no es bueno culpar al mundo o esperar que se apiaden de usted. Uno tiene que tener una actitud positiva y hay que sacar el mejor partido de la situación en la que uno se encuentra; si uno es discapacitado físico, uno no puede permitirse el lujo de ser también discapacitado psicológicamente. En mi opinión, uno debe concentrarse en actividades en las que su discapacidad física no presentará una seria desventaja. Me temo que los Juegos Olímpicos para personas con discapacidad no son para mí, pero es fácil para mí decirlo debido a que de todos modos nunca me gustó el atletismo. Por otro lado, la ciencia es un área muy buena para las personas con discapacidad, ya que continúa principalmente en la mente. Por supuesto, la mayoría de los tipos de trabajos experimentales son probablemente descartados para la mayoría de estas personas, pero para el trabajo teórico es casi ideal.

Mi discapacidad no ha sido un impedimento significativo en mi campo, que es la física teórica. De hecho, me ha ayudado de alguna manera a mí, protegiéndome de conferencias y del trabajo administrativo en el que de otro modo habría estado involucrado. Lo he conseguido, sin embargo, sólo gracias a la gran cantidad de ayuda que he recibido de mi esposa, hijos, colegas y estudiantes. Me parece que la gente en general está muy dispuesta a ayudar, pero usted debe animarles a sentir que sus esfuerzos para ayudarle valen la pena“.

Stephen Hawking no sólo estimula las mentes científicas a prestar atención, también inspira a los demás a tomar nota de que hay una conexión entre las estrellas y cada uno de nosotros. Sus discapacidades no han detenido su mente curiosa y su sentido de maravillarse.
Su hija, Lucy, compartió con la multitud de la conferencia: “Él tiene un deseo muy envidiable de seguir adelante y la capacidad de convocar a todas sus reservas, toda su energía, toda su concentración mental y juntar todo ello con el objetivo de continuar. Pero no sólo para seguir adelante con el fin de sobrevivir, si no para trascender al producir el extraordinario trabajo de escribir libros, dar conferencias, e inspirando a otras personas con enfermedades neurodegenerativas y otras discapacidades”.




(De:
http://www.conocersalud.com/mensaje-stephen-hawking-depresion/?utm_source=pinterest&utm_medium=conocersalud&utm_term=mensaje-stephen-hawking-depresion&utm_campaign=07-2017)

martes, 24 de noviembre de 2020

Los malos modos

Me enseñaron de pequeño que, llegado el momento, tan importante es en la vida saber ganar como saber perder; que es en esas circunstancias de la vida cuando se revela la verdadera naturaleza de la gente. Y pensaba yo, ingenuamente, que los que nacen en cuna caliente y se educan en buenos colegios tienen parte de camino hecho para cuando llegue mal dadas. Pero hete aquí que no. Y la cosa no quedaría más que en una cuita personal de no ser que el protagonista no es si no el presidente de la ¿primera? Potencia mundial, el señorito Donald Trump.


Ahora sabemos -por si no lo tuviéramos claro ya- que aquel eslogan que tan famoso se hizo, “America first”, no era en realidad sino un “Me & I first” (traducido al castellano vulgar: “Primero yo, luego yo y siempre yo”), un canto al egocentrismo de quien se piensa tocado por el dedo de los dioses.


Y todo eso en la que se supone la Democracia más fuerte del planeta, un ejemplo para todos los países. Ahora su presidente, cual tortuga bocarriba, patalea y patalea, mientras inventa conjuras increíbles para justificar su reticencia a reconocer la derrota en las urnas. Mal ejemplo. Él, que presume de perseguir las dictaduras populistas allá donde las haya, demuestra que los rasgos autoritarios no son solo propios de políticos de países tercermundistas.


¡Quién sabe! A  lo mejor no es más que las consecuencias de una infancia de niño rico y millonario consentido, que estuvo en el sitio adecuado en el momento oportuno, pero que nunca aprendió que la educación -la verdadera educación- no se compra con dinero.


Donald Trump


domingo, 22 de noviembre de 2020

Ernest Lluch


De aquella mañana lo que más recuerdo son las lágrimas desconsoladas de una compañera de curso en la facultad de Económicas. Nos acabábamos de enterar del asesinato de Ernest Lluch, a manos (cobardes) de ETA. Había sido -si no recuerdo mal- ministro de Sanidad de uno de los gobiernos del PSOE en tiempos de Felipe González y había aprobado su etapa con un “más que suficiente”. Pero nosotros no le recordábamos por eso. Había sido profesor nuestro en la Facultad de Ciencias Económicas de Valencia. Era un profesor riguroso –“riguroso” en todos los sentidos-. Se decía que si aprobabas su asignatura (Teoría Económica de 5º) aprobabas la carrera. Mucha gente se dejaba su asignatura para el final, anulando convocatorias, para dedicarse exclusivamente a ella. Pero era honesto, el nivel que te pedía para superar sus exámenes era el que el te ofrecía en sus clases, cosa que, como bien sabemos, no siempre ocurre. Quizás por eso no recuerdo yo críticas a su forma de hacer. Un tiro en la nuca se lo llevó por delante. Y nos quedamos con las lágrimas o, en el mejor de los casos, con la mandíbula apretada por la rabia.

Recuerdo otro día -éste estoy seguro que era un sábado, un angustioso sábado- cuando esa misma ETA acabó con la vida de Miguel Ángel Blanco, concejal del PP en Ermua. Lo recuerdo muy bien porque, por entonces, yo trabajaba en un medio de comunicación y hubo programa especial, motivado por ese ejercicio de cinismo en el que ETA convirtió aquella jornada en la “crónica de una muerte anunciada”.

En la memoria se me difuminan los otros novecientos y pico nombres de hombres y mujeres que sufrieron similar suerte. Quedan, claro, el atentado siniestro de Hipercor en Barcelona o la casa-cuartel de Zaragoza, el atentado en la T4 de Madrid, Irene Villa…, Ortega Lara, pero para casi todos los demás tienes que recurrir a Internet para refrescar los recuerdos.

Pasan los años, parece que el tiempo va relegando al olvido nombres y lugares. Tal vez deba ser así, pero en parte, sólo en parte, no vaya a ser que por el sumidero del olvido se nos borren de la memoria gente que se dejó la vida por el camino. 

No me atrevo a valorar (aunque mi corazón lo tiene claro). “No toca”, que diría alguno. La historia pondrá las cosas en su lugar. Aquí sólo hemos querido evocar las muertes inútiles -como ahora queda claro- de algunas de sus víctimas y un par de recuerdos personales que me vienen a la memoria.



miércoles, 18 de noviembre de 2020

Tiempo al tiempo

Me comentaba ayer un amigo de unos 50 años que tenía que plantearse mejor su futuro. Divorciado, pero amigo de su ex, y siempre muy unido a su hijo, ya independiente. ¿Qué hacer, dónde vivir? ¿Apuntarse en el IMSS? etc., etc.

Le comenté que esas preocupaciones son inútiles ahora.
- Mira yo -le dije-. Me jubilé con antelación a los 63 años. Y a los tres meses me detectaron y diagnosticaron Parkinson. Eso cambió radicalmente todos mis planes. No se puede planear el futuro de la forma que tú quieres. Porque de no ser como habías planteado la decepción será como un martillo que te golpea y nosotros, en la mayoría, de las ocasiones dejamos entrever que somos de cristal... Pues imagínate la decepción te romperá a cachos.

Conversamos mucho tiempo sobre tema y por mí parte compartí con el mi convicción de que la clave de nuestro futuro, sea cual fuere nuestra edad, está escondida en nuestra vida diaria.

Es lo que hacemos, vivimos y planeamos en el ahora y no desesperarnos. Y que hemos de confiar en el tiempo –“tiempo al tiempo” decimos muchas veces- que, como decía Cervantes, suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades.



martes, 17 de noviembre de 2020

Las ropas usadas

Llega un momento en que es necesario abandonar las ropas usadas que ya tienen la forma de nuestro cuerpo y olvidar los caminos que nos llevan siempre a los mismos lugares. Es el momento de la travesía. Y, si no osamos emprenderla, nos habremos quedado para siempre al margen de nosotros mismos


Fernando Pessoa





domingo, 15 de noviembre de 2020

Horizontes

Tus pies entran en contacto con la arena. Y no siempre guardas el equilibrio que traías del asfalto. Al rozar el agua la sensación comienza a ser diferente hasta que el agua se convierte en tu conductora.

Decir que estás en el cielo o en el vacío es no decir nada. El agua deslizándose suavemente o en oleaje te aleja del mundo de tu yo de cada día y te acerca al horizonte.

Allí donde el azul del cielo se abraza con el azul del mar es nuestro horizonte cercano. El lugar donde la misericordia abraza al verdugo, donde la solidaridad echa fuera al egoísmo y otro nuevo lenguaje, otras costumbres diferentes, nos hacen sentirnos ciudadanos de otro mundo donde siempre podemos hacer cercano cualquier horizonte.




jueves, 12 de noviembre de 2020

La vieja librería

No pude evitar el estornudo. Allí había más polvo en el ambiente que en una fábrica de cemento de Buñol. Había pasado por delante de esa librería “de viejo” infinidad de veces, pero siempre me había resistido a entrar, porque sabía que, una vez traspasado el umbral, ya no podría evitar convertirme en un adicto irredento.

Lo confieso, tengo un vicio: “colecciono”. Colecciono casi cualquier cosa, libros, discos de vinilo, figuritas de Cascaes, ese pequeña ciudad portuguesa, famosa precisamente por su artesanía de esculturas de madera -esculturas pequeñas, por supuesto, que tampoco sobra espacio en casa. Coleccionista de todo, insisto; incluso de alguna que otra piedra pintada desde que una amigo me mostró las que trajo de Senegal unas cuantas y me contó que cada una era diferente al resto, con diseños y colores, que les daban vida propia y una simbología única, como la que tenía un cocodrilo, un animal sagrado por allí, y que simbolizaba la fuerza y la inteligencia de la naturaleza.

No pude evitarlo. Ese libro de arte japonés antiguo parecía llamarme desde el escaparate. Siempre me ha fascinado Japón, nunca lo he visitado, ni creo que tenga la oportunidad de hacerlo en mi vida, pero la mezcla de tecnología y tradición me subyuga. Entré en la librería y ya el ambiente -todo un microclima- me trasladó al instante a otro mundo. Un mundo lejos de los ebook, las visitas “on line”, las webs… Inevitable retroceder en el tiempo, cuando todo parecía más simple.

Pregunté a la dependiente, una joven poquita cosa y con gafitas redondas, que encajaba a la perfección en el paisaje, rodeada por los libros que llenaban de arriba abajo las estanterías de las paredes. Recogió con tan mimo el tomo que más parecía la enfermera de una maternidad acercando un bebé a sus padres por primera vez. Aquella chica amaba su trabajo.

Por primera vez tuve en mis manos el libro, con las cubiertas del color de las castañas oscuras, más pesado de lo que yo pensaba, y ese aroma del papel que ha visto pasar una y otra vez las estaciones. Inexplicablemente, las letras doradas de su título conservaban un brillo dorado, como si acabaran de ser salir de la imprenta. No tardé mucho en decidirme, pagar el importe y salir de la vieja librería.

Entonces comprendí que no era yo quien me había comprado el libro; era el libro el que se había apoderado de mí.