martes, 27 de febrero de 2018

La vieja librería


Desde adolescente recuerdo ir a aquella pequeña librería en la calle Zeón Pardo. Éramos tantos en un sitio tan pequeño que aquello parecía una amasadora de sueños que iban pasando de mente en mente, para que cada uno a su vez lo expandiera. Esta tarde al pasar por allí, después de muchos años, frené mis pasos, a pesar de que mis nietos aceleraban, y me vino a la mente las caras de tantos y tantos compañeros y compañeras de luchas sociales desde movimientos cristianos a grupos ácratas pasando por todos los que desde aquellas fechas hasta ahora han ido cambiando, con más o menos acierto, muchas cosas que eran necesarias plantearlas de otra manera. En aquel local la música de Jarcha, Víctor Jara, Silvio Rodríguez y muchos más afines era la que ponía nuestros sueño al descubierto: ”Habrá un día en que todos al despertar veamos una tierra que ponga Libertad”. Y aquí el movimiento pensante se volvió en canción a la vez que hizo a mi nieto Ram, de nueve años volverse hacia mí preguntando:

- ¿Y cuándo será esto, abuelo?
– Lo será el día que todos, incluyendo a los más pobres y miserables tengan una vida que merezcan la pena ser vividas.
- ¡Así es, abuelo! porque nadie es más que nadie, ¿verdad?

Alzando a mi nieto en alto le dije:

- Muy bien, Ram, ¿dónde has aprendido eso?

Su respuesta me hizo ver que algo de mis sueños han valido para algo. Esto fue lo que me dijo:

- Te lo he oído a ti miles de veces, que todos, siendo como somos diferentes, somos iguales.




lunes, 26 de febrero de 2018

El nuevo jefe


Era nuevo en el equipo directivo de la empresa. Su espíritu de lucha y su constancia en pisar fuerte hasta lograr los objetivos de la empresa lo catapultaron a dicho puesto. Una de sus tareas el primer día que se sentó en la nueva mesa de dirección adjunta fue firmar una carta de despido a un trabajador. Prácticamente la leyó después de firmarla. Sus ojos quedaron fijos en la secretaria que le había pasado el folio a firmar y sintió que un espeso sudor le brotaba desde dentro. Sacó una toallita húmeda de su mesa de escritorio y tras pasarla por su frente se limpió las manos y entre los dedos con firmeza. Pronto se dio cuenta que estaba haciendo lo mismo que Pilatos. Sintiéndose libre de culpa se lavaba las manos como él.

Y cuando la secre estaba ya abriendo la puerta para salir la llamó con voz fuerte diciéndole: Pues no, este obrero no ha acabado sus horas de trabajo. Estudiaré su caso personalmente y veré qué podemos hacer para que su familia no comience una etapa de tribulación. La secretaria, sonriente, con el folio extendido, pero sin soltarlo aún de sus manos, le respondió: Recuerde que usted no es su compañero de trabajo sino su jefe. El silencio reinó en el despacho, y después de un prudente espacio temporal volvió a marcharse, cerrando suavemente la puerta y sin haber soltado el folio de su mano. Él se acercó a la ventana, un octavo piso en una calle principal y mirando desde arriba el panorama urbano se preguntaba cómo podía mantenerse equidistante de los problemas de los trabajadores sin exaltarse ante los éxitos ni hundirse en las desventuras.

Y era solo su primer día como jefe.



domingo, 25 de febrero de 2018

Vivir por libre


Vivía al lado del mar en una pequeña casa diseñada por él hace sesenta años en una cueva vacía de un pequeño montículo. Los “municipales” no han podido sacarle de allí. Su intuición aventurera le hizo un hombre prevenido. Y a poco de que el barquito en que viajaba lo dejara allí, por haberse equivocado en el seguimiento de la carta o mapa d navegación, un algo rondó su mente que lo llevó a la municipalidad y presentando un documento muy bien escrito –era todo un hombre de estudios- logró que se lo firmaran concediéndole la propiedad.

No. No es un vagabundo. Nos lo cuenta un vecino suyo de toda la vida que lo vio llegar a la costa. Así lo parecía cuando llegó aquí aquella noche. Lo recibimos con una vieja manta de invierno y una taza de leche caliente, revuelta en un envase, donde quedaban unos restos de coca cola. Vea usted por dentro lo limpia y ordenada que está la casa. No tiene comparación con lo que usted ve por fuera.

Solía pasear mucho por la orilla del mar de quien se hizo su familiar, como él dice. Duerme poco. Tres horas y el resto pinta, lee, escribe. Eso sí para la tecnología es un desastre, sólo sabe darle a las teclas. Mi nieta, sigue diciendo el vecino, le sugirió que para ir más de prisa con el portátil que recién se había comprado, le incorporase un ratón. A la tarde nos tocó en la puerta enseñándonos una ratonera que se había comprado y dentro su habitante, preguntándole a mi nieta: ¿Vale este ratón para lo que me dijiste de añadirle al portátil?