martes, 20 de febrero de 2018

Leer las manos

No sé por qué me paré en aquella esquina ni por qué me quedé observando a una mujer, hoja verde en la mano, que intentaba parar a los viandantes. La mayoría ni la miraba. En eso, una chica morena, como de unos 25 años, se detuvo. En silencio me acerqué a escuchar la escena. Y lo logré. “Te tiembla mucho el corazón. En todo momento estás viendo como tus niños te miran desde un lugar lejano. A ti también se te van a caer los ojos para ver cómo llegar allí. Y así la vida se te hace un laberinto”. La muchacha lloraba y susurraba “me desentendí de ellos. Se los dejé al padre. Renuncié a mis derechos, y ahora, tarde ya, me arrepiento de ello”. Poniendo la hoja verde entre los dedos de la muchacha, escuché como la adivina le decía: “la ilusión, los besos, el corazón se te han desvanecido. Te queda el desierto. Tendrás que buscar agua que permita crecer una planta verde. Solo tú puedes regar ese desierto. Y hazlo pronto. Pronto sí, para que ningún puñal atraviese tu corazón”. Las lágrimas de la muchacha podían haber sido el primer riego aconsejado. La señora se había ido hacia otro extremo de la calle. No hubo dinero por medio.

Y yo, que no creo en estas cosas, me quedé mirando mis manos y pensando que sitio de la misma necesitaba un riego.


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