sábado, 10 de febrero de 2018

Petra


A la primera impresión de susto -se puede derribar una roca instantánea que te deja como paralizado-, sigue la tranquilidad que surge del constatar que, cuando entras en ese espacio pequeño, entre dos rocas gigantes, muchos cientos de personas ya han pasado ese mismo día antes que tú y están llegando a la luz que proviene del otro extremo. Y con esa serenidad ya no necesitas ir deprisa. Ahora ya puedes ir paseando. Das pasos cortos, miras hacia los lados y a la cima. Y poco a poco te vas dando cuenta que no es una simple piedra. Es roca, piedra, sí, pero esculpida en tierra por mano del hombre. Para que esta belleza resalte a ojos de nativos y visitantes, muchos han tenido que sudar, esforzarse, subir agrestes veredas.

Y la filosofía y la poesía vuelven a tú mente y te das cuenta que Petra eres tú, somos nosotros. Esculpidos en grupos desde pequeños en la escuela hasta cuando eres mayor y necesitas aprender cómo cuidarte. Mientras caminas por aquel barranco piensas si el trabajo que han hecho sobre ti ha dado el resultado tan positivo como en el caso de Petra. Y llegando al final del paseo, donde la luz te devuelve a tu estado natural, enhiesto y en silencio descubres que tu obra es todavía más difícil e integral y que también el logro es mayor porque habitualmente el escultor de tu figura interior has sido tú mismo.



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