domingo, 25 de febrero de 2018

Vivir por libre


Vivía al lado del mar en una pequeña casa diseñada por él hace sesenta años en una cueva vacía de un pequeño montículo. Los “municipales” no han podido sacarle de allí. Su intuición aventurera le hizo un hombre prevenido. Y a poco de que el barquito en que viajaba lo dejara allí, por haberse equivocado en el seguimiento de la carta o mapa d navegación, un algo rondó su mente que lo llevó a la municipalidad y presentando un documento muy bien escrito –era todo un hombre de estudios- logró que se lo firmaran concediéndole la propiedad.

No. No es un vagabundo. Nos lo cuenta un vecino suyo de toda la vida que lo vio llegar a la costa. Así lo parecía cuando llegó aquí aquella noche. Lo recibimos con una vieja manta de invierno y una taza de leche caliente, revuelta en un envase, donde quedaban unos restos de coca cola. Vea usted por dentro lo limpia y ordenada que está la casa. No tiene comparación con lo que usted ve por fuera.

Solía pasear mucho por la orilla del mar de quien se hizo su familiar, como él dice. Duerme poco. Tres horas y el resto pinta, lee, escribe. Eso sí para la tecnología es un desastre, sólo sabe darle a las teclas. Mi nieta, sigue diciendo el vecino, le sugirió que para ir más de prisa con el portátil que recién se había comprado, le incorporase un ratón. A la tarde nos tocó en la puerta enseñándonos una ratonera que se había comprado y dentro su habitante, preguntándole a mi nieta: ¿Vale este ratón para lo que me dijiste de añadirle al portátil?



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