jueves, 8 de febrero de 2018

Las falsas soluciones

El Senado polaco acaba de aprobar una ley que sanciona la expresión de “campos polacos de exterminio” al referirse a los existentes en su suelo durante la II Guerra mundial, construidos por los nazis para el exterminio de judíos, comunistas, gitanos y demás víctimas de las que quería deshacerse aquel régimen genocida. La misma ley -promovida por el partido -ultraconservador y nacionalista en el poder- considera ilegal la mera insinuación de una posible colaboración de las autoridades de la época de uno y otro país en la llamada “solución final”. Argumentan los defensores de la nueva ley que solo pretenden salvaguardar el buen nombre de su patria.

Vano intento, creo yo. Con esta medida lo que se consigue precisamente es lo contrario: atraer las miradas de la gente sobre un periodo de la historia que -para empezar- nunca deberíamos olvidar. Ocurre siempre que, de algún modo, subyace un complejo de culpa. Pasó ya en Argentina, allá por 1.986, cuando una dictadura agonizante promulgó la “Ley de Punto Final”. Antes, dictadores como Pinochet se sacaron de la manga leyes y decretos que amnistiaban determinados delitos -los suyos- para quedar a salvo de cualquier acción judicial que les pidiera explicaciones a la vulneración de los Derechos Humanos de la gente.

Una y otra vez, quienes no tienen la conciencia tranquila intentan ponerle puertas al campo, cierran los ojos y esconden la cabeza, cual avestruces, pensando que la Historia (la que se escribe con mayúscula) tiene la memoria tan frágil como les gustaría.

No sirve de nada negar el pasado. En nuestro país lo sabemos bien. El año que viene habrán transcurrido 80 años desde que acabara nuestra guerra civil y aún colean temas pendientes -tumbas en las cunetas, símbolos de la dictadura franquista, etc.- sin que la ley que de la Memoria Histórica le haya dado solución.

Cerrar en falso las heridas solo conduce a tener que retomar el tema más adelante. No es cuestión de abrirlas una y otra vez -actitud que solo lleva a la melancolía-, pero ignorar la existencia de la realidad histórica (pasada y presente) es un tan falso como inútil.


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