sábado, 1 de febrero de 2020

¡Dios salve a la reina!


Cuentan los que tienen memoria que, allá por la década de los cincuenta del siglo pasado, que durante un importante temporal en el canal de La Mancha, se interrumpieron las comunicaciones entre las Islas Británicas y el continente. La prensa del Reino Unido se descolgó pomposamente con titulares, a cinco columna, como el de “EUROPA AISLADA”… Tal es la visión que tienen gran parte de sus gentes de ser el ombligo del mundo. Y quien sabe si esa imagen sigue presente en la mentalidad generalizada.

Pareciera que nunca iba a llegar, que entre todos se instrumentarían soluciones que diluyeran el riesgo de este “brexit” del que ya no hay vuelta a atrás. Lo cierto también es que la pertenencia del Reino Unido a la Unión Europea no nunca fue fácil. No lo fue desde el principio. Algo debió intuir Charles De Gaulle, desde la presidencia francesa, cuanto demostró sus reticencias, una y otra vez, a la incorporación de los británicos. Hasta el tercer intento no se superaron aquellos escollos.

Y luego, ya dentro, se les permitió un estatus especial para que mantuvieran su moneda -mientras los demás aceptamos sin rechistar el euro- o las condiciones de residencia en su territorio, o privilegios financieros para “la city” de Londres, por poner alguno de los mucho ejemplos que podrían aducirse. Nunca fueron proclives a ceder soberanía -ni siquiera a compartirla- en pos de una Europa más igualitaria, más homogénea y más unida.

La Historia tiempo juzgará a los políticos que nos han traído hasta aquí. El futuro es una incógnita, aunque de entrada, queda claro que todo el mundo sale perdiendo, pese a que algunos creen que no; piensan que mejor solos que mal acompañados -las malas compañías somos el resto de nosotros, no se nos olvide-.

Se me ocurren varios refranes y frases hecha:
- En su pecado llevarán su penitencia.
- Con su pan se lo coman.
– No la hagas y no la temas.
- Bon vent i barca nova.
- Arrieros somos…



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