domingo, 2 de febrero de 2020

Recuerdos de otros tiempos


A sus ochenta y siete años se decidió recoger en un libro sus recuerdos de niño y adolescente, en unos  tiempos difíciles para la comunicación con otros pueblos y la capital. Vivían en un pueblo perdido en las cumbres de Gran Canaria.

Tiempos aquellos en los que prácticamente se sobrevivía y punto. Un carpe diem cotidiano. Difícil explicar, con los criterios de hoy, si eran felices o no. Estábamos entrando en el ahora, al amparo del cuidado de la casa haciendo los deberes y todo lo que se le mandara y el tiempo que nos dejaban libre nos íbamos vamos a jugar. Los juegos de hoy son mucho más sofisticado frente a las pelotas de trapo que hacíamos con medias y calcetines.

¿A qué jugábamos ? Los juegos de entonces eran más urgentes y sencillos. Había poco tiempo, pero tampoco eran muchos los juego que aprender ni los sitios donde jugar. el mundo del juego casi no existía para los niños. La mayor parte del tiempo estaba dedicada a traer agua de la fuente, tener agua fresca en casa, ir a buscar la leña, etc.

Una de nuestras pocas fiestas importantes y cuando más nos divertíamos era la de la matanza del cochino. Pero en todo momento era necesario agudizar el ingenio.

Recuerdo la respuesta que me dio cuando le pregunté por sus recuerdos. Aun tenía en su memoria unas frases, grabadas en su memoria de tanto escucharlas: “¿qué haces ahí como una gandula? Anda coge la escoba y ponte a barrer”.

También tocaba a menudo cuidar las cabras o ayudábamos a plantar papas… Pero aparte de todo ello, aunque las tareas de la casa nos obligaban muchas veces a faltar a la escuela, tanto que casi me atrevo a decir que la inmensa mayoría de la población infantil era analfabeta. Y así surgieron las escuelas nocturnas, dónde algunas personas con un mínimo de conocimiento impartían las enseñanzas básicas a los niños que no podían asistir por la mañana.


La cuestión es que tampoco la escuela local las condiciones básicas y necesarias para poder funcionar. Los niños estábamos sentados en bancos de dura madera, con las niñas de todas las edades colocadas en las primeras filas. Pese a todo, una extraña solidaridad hacia que los niños nos llevábamos bien entre nosotros, a veces, como si fuéramos un equipo.

Con términos similares se expresa Serafín Quintana en su recién editado libro.



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