jueves, 18 de junio de 2020

Las miserias de la abundancia (Sea Mackaoui)

Los Estados, como los organismos, envejecen. Su envejecimiento social, demográfico y político puede ser corregido con ciertos ajustes, y su decadencia, aunque inexorable, se ralentiza o, sencillamente, se reconfiguran las fronteras y unos Estados se dividen o se integran en otros y desaparecen. En los sistemas garantistas, su fuerza política y su superioridad ética suelen acabar convirtiéndose en su mayor debilidad.

Tras varias generaciones, en Europa, el ciclo de crecimiento económico tras la Segunda Guerra Mundial permitió la extensión de los servicios sociales, el aumento de la esperanza de vida, la incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral, seguridad militar y la garantía de unos derechos individuales concedidos graciosamente por el Estado del bienestar. Estos factores se asociaron a la democracia.

Esa visión mágica de la democracia, amparada en la ilusión supersticiosa de que todo se arregla en política con gestos, símbolos, empatía y palabras, excluye una definición técnica, capaz de revelar sus limitaciones y defectos. Esta opulencia social y económica condujo, por su propio desarrollo, a un envejecimiento demográfico y al aumento de bolsas de población improductivas y de los tiempos de ocio, absorbidos por la televisión y las redes sociales. Además, un  europeísmo ingenuo se entregó a la tendencial pérdida de soberanía una de toda épica.


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