viernes, 24 de enero de 2020

Juan José Millás, sobre la crisis (Resumen)


Ya podemos respirar aliviados. Ya podemos tocar la zambomba y el almirez.  La crisis se ha ido a dormir. Lo que no decían es si era una siesta o un sueño ab eternis. Habían corrido ríos de tinta con nuestros dolores, pusieron todos los medios para que, aunque aparecieran signos de debilidad, no nos dejaremos llevar por la noticia de alguna estridente. Y por fin tocaron los tambores.  Era oficial: la crisis ha terminado.

Y nos echaron en cara nuestra desconfianza, dieron por buenas  las políticas de ajuste y volvieron  a dar cuerda al carrusel de la economía. Eso sí, de la crisis ecológica, de la desigualdad existente, de la imposibilidad de estar siempre en crecimiento permanente no se hablaba ni se analizaba públicamente .

De la amenaza que estas cuestiones traían sobre la humanidad, mejor no tocarlas. Permanece intacta pero no se publica sobre dicha amenaza, nunca ha sido difundida, su origen es difícil de descifrar, pero cuyos objetivos han sido claros y contundentes: hacernos retroceder treinta años en derechos y en salarios.

Un buen día del año dos mil 2000 y tantos -no se sabe-, cuando los salarios se hayan abaratado hasta límites tercermundistas, cuando el trabajo sea tan barato que deje de ser el factor determinante del producto, cuando hayan arrodillado a todas las profesiones para que sus haberes quepan en una nómina escuálida, cuando hayan amaestrado a la juventud en el arte de trabajar casi gratis, cuando dispongan de una reserva de millones de personas paradas dispuestas a ser polivalentes, desplazables y amoldables, con tal de huir del infierno de la desesperación -como analiza  Juan José Millas-, entonces la crisis habrá terminado.

Un buen día del año, no se sabe, cuando los alumnos se hacinen en las aulas y se haya conseguido expulsar del sistema educativo a un 30% de los estudiantes sin dejar rastro visible de la hazaña, cuando la salud se compre y no se ofrezca, cuando nuestro estado de salud se parezca al de nuestra cuenta bancaria, cuando nos cobren por cada servicio, por cada derecho, por cada prestación, cuando las pensiones sean tardías y rácanas, cuando nos convenzan de que necesitamos seguros privados para garantizar nuestras vidas, entonces y solo entonces… se nos dirá habrá acabado la crisis.

Un buen día del año 2000 y pico, cuando  todos —excepto la cúpula puesta cuidadosamente a salvo en cada sector— pisemos los charcos de la escasez o sintamos el aliento del miedo en nuestra espalda, nos dirán que el final ha llegado cuando nos hayamos cansado de confrontarnos unos con otros y se hayan roto todo.



Nunca en tan poco tiempo se habrá conseguido tanto. En cinco años han reducido a cenizas derechos que tardaron siglos en conquistarse y extenderse.  Lo que  conseguimos socialmente tras la guerra se ha convertido en devastación brutal del paisaje social.

De momento han dado marcha atrás al reloj de la historia y le han ganado treinta años de tiempo para proteger a sus intereses. Ahora quedan los últimos retoques al nuevo marco social: un poco más de privatizaciones por aquí, un poco menos de gasto público por allá y voilà: su obra estará concluida.

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