jueves, 25 de abril de 2019

Vestida de luz de luna

Solo tuve que abrir la puerta. Te acomodaste en mi vida sin cambiar los muebles. Llegaste ligera de equipaje y te fuiste cargada de las caricias que sembré en tu piel, de los besos que deposité en tu boca golosa. Yo no pretendía nada o tal vez si -para que voy a engañarte- si eras el agua fresca que calmaba mi sed de años, dormida ya de hastío a la espera de ti. Cuando entraste en mi cama vestida con la luz de la luna, te dibuje una manta de galaxias para que no te enfriaras y bebí de los planetas que juntos descubrimos mientras jugábamos a buscar El Principito.

Te convertiste en rocío de mi mañana, en escarcha blanquita en mis noches de invierno y en espuma de mar que, en el verano de mis sueños, dibujaba zapatillas de arena, para danzar al son de mis “te quieros”.

Te me hiciste imprescindible, impensable, importante, interesante, íntima, inmensa y tanto que tan solo me bastaba respirarte, beberme de un sorbo tu sonrisa.

!Ah, la dicha! La dicha era reflejarme en tu mirada, que me devolvía la imagen de un loco enamorado. Loco pero feliz. Peregrino de las tonterías, que dejabas escondidas en el fondo de un cajón, en las fundas de mis vinilos, en alguna canción escurridiza. Y me fui poniendo romántico, no me daba miedo pasar por cursi. Escribí sonetos en servilletas, mientras bebía la miel de tus fantasías, que hice mías. Se me resbalan las “ds” por el tintero y corrían sin prisa en pos de tus maravillas.

¡Quién lo iba a decir! yo que pensaba que estaba de vuelta de las cosas y termine descubriendo las esquinas de mi cama. El mapa del tesoro en la isla de los niños perdidos. ¡¿Cómo no perderse?!

Si tú eras Wendy, yo era Peter Pan, escuchando tus historias, dibujando con colores personajes en el imaginario de tus afectos.

Y así jugando a olvidarte, volvía a descubrirte. Cada vez más clara, más cálida, más amena. Y yo cada vez un poco más prendado de ti.


C. Cecilia López







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