viernes, 25 de octubre de 2019

Símbolos


Una sociedad no cambia de un día para otro. Solo una catástrofe -natural o no- puede provocar una transformación tan rápida, un cambio de opinión o de comportamiento tan drástico. Los cambios sociales son siempre paulatinos, necesitan calar profundamente para crezcan las raíces suficientes que asegure su perduración.

Mañana, en este país, no habrá desaparecido ninguno de los problemas que esta sociedad tiene abiertos. Seguiremos pendientes del quebranto de la convivencia en Cataluña, por ejemplo. No es probable que quede resuelto para siempre el tema de la revalorización de las pensiones o que se reduzcan en una mañana las listas de espera en la Seguridad Social, y no se firmarán de golpe miles de nuevos contratos de trabajo. Es más que posible que volvamos a recibir una nueva noticia de una mujer asesinada por su pareja en alguna ciudad de cualquier parte de España o el suicidio de alguien que acaba arrojándose desde una ventana, angustiado al ver como al día siguiente vendrán a echarle del piso que ya no va a poder pagar. Todas esas situaciones -y las buenas también. No va a dejar de producirse, seguirán su curso.

Pero, de tarde en tarde, surgen momentos simbólicos que quizás no sean más que eso: simbólicos. Y ayer, jueves, 24 de octubre, ha tenido lugar uno de ellos. Nos referimos, evidentemente, al traslado de los restos de Francisco Franco al cementerio de Mingorrubio. Nada ha cambiado… ¿o sí?

Esta no deja de ser una opinión como otras tantas. Pero uno tiene la sensación de que una herida ha quedado definitivamente cerrada. Habrá quien piense lo contrario -y se lo respeto-, pero nadie me va a hacer creer que devolver a sus familiares los restos de los muertos que aun quedan en los arcenes de las carretera o en las tapias de los cementerios es abrir heridas. La única manera de que dejemos de hablar del tema es que no haya motivo para hacerlo. Solo entonces esa transición, que quedó incompleta en su momento, habrá cerrado el círculo.

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"Cuando murió Franco todos recordamos que en la pantalla de TVE,  La única que existía estuvo emitiendo todo el tiempo, horas y horas y más y más horas… el soporífero duelo en blanco y negro: caja del difunto, custodiada por altos oficiales y la gente en filas interminables pasando una a una por delante del féretro, con saludo incluido. Mi padre viéndolo se enfurecía interiormente mientras decía: ¿pero es que esta gente que va a hacerle la reverencia a ese no tiene a nadie en la familia - padre abuelo tío que les expliqué cómo ese nos obligó a casi todos os de mi edad a ir a una guerra que no nos iba ni venía unen en la que murieron infinidad de españoles. Yo, como otros, tuve la suerte de volver vivo y recordar la cara de muchos cadáveres que nos encontrábamos por el camino. Lo primero que hacíamos era registrar sus bolsillos buscando encontrar un pan duro envuelto en sangre, raspar y comerlo después de llevar tres o cuatro días sin comer…"

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Lo de ayer es solo un símbolo. La realidad cotidiana no habrá cambiado un ápice, pero es un símbolo de que las cosas sí han cambiado.  




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