lunes, 13 de abril de 2020

El barranco



No hacía ni media hora que había acabado la ceremonia del bautismo de su primer bisnieto. Estos niños lo habían hecho viejo antes de la edad. Siete nietos y un bisnieto ya era más que suficiente.

Su esposa había fallecido año y medio atrás. Desde entonces, para aplacar la sensación de soledad recurría a largos paseos. Uno de ellos le había llevado a contemplar enseñar la belleza del barranco que cruzaba las cercanías de su pueblo. Pero al regresar le envolvió la niebla y en el camino de vuelta un accidente le llevó a salirse de la carretera y precipitarse precipicio abajo.

Por aquel entonces tenía cincuenta y cinco años ya cumplidos. Tardó tiempo en restablecerse un tanto y las secuelas que quedaron le llevaron a percibir una pensión de incapacidad permanente que, en tiempos de crisis como aquéllos, hubo que estirar lo más posible para ayudar a uno de sus nietos recién casado y que había perdido su empleo.

Hoy precisamente el bautismo del primer hijo de ese nieto. Una ceremonia celebrada en una ermita no muy lejana de aquel barranco donde tuvo el accidente. No era la primera vez que se acercaba al borde del precipicio. Y siempre, sin falta, cada vez que aproximaba sus pies al borde del abismo le invadía la pacífica sensación de entablar conversación con su esposa. Su alma se  inundaba de paz y le parecía escuchar esa voz conocida: “No te afanes; deja que cada uno haga su tarea”.

- Calla, María, que te olvidas que ahora soy un bisabuelo. Tú no sabes lo que es porque te marchaste para no volver”, se escuchó a sí mismo decir con cierto tono de nostalgia.

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