jueves, 9 de abril de 2020

El regreso

Cuando terminó la guerra regresó a su país pero no al  pueblo donde vivía ni tampoco al que lo vio nacer. Eran dos pueblos de los considerados como populares y progresistas.  Así un grupo amplio de vecinos,  entre los que se encontraban gente de su familia, eran miembros del comité de Amnistía Internacional contra la venta de armas y consecuentemente contra todo tipo de guerra entre seres humanos.

No podían entender como se hacia negocio con la guerra entre personas por el mero hecho de ganar dinero. Es decir, hacer dinero por matar a gente, vendiendo armamento a quién le puede interesar la guerra. Por eso menos entendían que aquel muchacho,  nacido y criado entre los suyos hubiera permanecido tres largos años teniendo un fusil como herramienta de trabajo.

De ahí que no se atreviera hasta entonces a volver a su pueblo, pero la curiosidad -y en parte la nostalgia- le comía por dentro. Y al cabo de dos años de regresar a su país entró una tardecita en su pueblo. Bajó del autobús una parada antes y entró caminando por una de las calles paralelas a la principal. Y cruzó despacio las calles donde jugaban antes de que aquel horror empezara. Le sorprendió que, de nuevo, aquellas aceras alojaran a otros niños, ocupados en los mismos juegos que recordaba haber jugado con los que entonces eran sus amigos.

Sentado en el banco más escondido de la plaza, esperando que nadie le reconociera. Recordó los nombres de la gente que nunca volvería a ver. Y se preguntó si todo aquello había merecido la pena. El dinero que había llegado a su bolsillo estos últimos tiempos era solo eso, dinero. Nada devolvería la vida los que faltaban. Se sintió culpable, con un peso en el alma insoportable.

Las risas de los niños que jugaban le sacó de sus oscuros pensamientos y deseo con todas sus fuerzas que ninguno de ellos cometiera los errores que él había cometido.


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