sábado, 25 de julio de 2020

Diez años después

No creo equivocarme mucho si digo que la gente piensa que la mayoría de políticos no cumplen sus promesas. Los programas electorales son lo más parecido a un panfleto publicitario y los mítines de campaña un ejercicio de retórica hueca que solo consigue convencer a los que ya venían convencidos de casa. Y sin embargo, quien más y quien menos asumimos que así son las cosas, sin que le demos más importancia, sin capacidad ya para pasar facturas a esos incumplimientos.

Los hay quienes se conforma con cambiar su voto al partido de enfrente, aun sabedor de que de nuevo deposita su confianza en alguien que casi seguramente también le va a defraudar. Es como si nos reserváramos el derecho a elegir quién nos va a engañar. Pudiera parecer que a eso se ha quedado resumida la Democracia.

El 15M supuso un verdadero terremoto que exigía un cambio en las formas y, sobre todo, en los fondos. Al eslogan de “No nos representan” nos apuntamos muchos -tanto de izquierdas como de derechas-. Solo (y ya es bastante) reclamábamos sinceridad y coherencia. Pero cuando dentro de unos meses se cumplan diez años de todo aquello da la sensación de que aquella energía se ha ido perdiendo por el camino. Poca diferencia parece haber entre los llamados “viejos” y “nuevos” partidos.

Me encantaría pensar que me equivoco.


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