lunes, 6 de marzo de 2017

I, robot

     Que el tiempo pasa muy deprisa no es un tópico, es una evidencia. Por ejemplo, fue en la década de los 40 cuando Isaac Asimov divulgó las llamadas “Leyes de la Robótica” –tres para ser concretos-:
  
  1. Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la 1ª Ley.
3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la 1ª o la 2ª Ley.

     Más de 70 años hace de esto. Y hoy es cada vez más frecuente la presencia de máquinas y robots en nuestras vidas cotidianas. En general para bien, pero lo que no podía prever Isaac Asimov son los efectos negativos que conlleva también esa expansión de la cibernética por todos los ámbitos de nuestra sociedad.

     Quizás hubiera sido precisa la formulación de una cuarta ley, a todas luces cada vez más imprescindible:
    
   4. Ninguna revolución tecnológica debe destruir más puestos de trabajo de los que crea.

     Porque ese es el problema actual, en contra de lo que ha ocurrido en épocas pasadas. Cualquier revolución tecnológica precedente ha conllevado destrucción de empleo (la máquina de vapor, el telar automático, el ferrocarril, etc.), pero conllevaba la creación de muchos más en nuevos sectores industriales.
   Ahora no. En la actualidad, la suplantación de trabajo humano por máquinas no conlleva más que nuevos alicientes para más suplantación. El aumento de productividad es tal que incita a expulsar gente del mercado laboral. No hay, no habrá ya nunca, trabajo para todos.

   ¿Soluciones? Sí, las hay, pero quien manda no quiere oírlas: Reducir las jornadas laborales, la generalización de eso que llaman “renta básica” o incluso que los robots paguen impuestos. ¿Por qué no? Ya que aumentan la productividad e incrementan exponencialmente los beneficios… “que paguen impuestos en proporción a los puestos de trabajo humano que destruyen”.


     Asimov estaba en lo cierto, pero se quedó corto.


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