lunes, 15 de julio de 2019

Amigos


Se dice que hay amigos mejores que la familia. Y creo que es verdad. La afirmación no se puede generalizar, pero no deja de ser cierta. Amigos, por tener, los he tenido de todo tipo.

Aún hoy recuerdo a los amigos de infancia. De ellos guardo grato recuerdo. Nuestros juegos a la pelota con balón de  trapo en la calle trasera a la nuestra, que solo tenía la salida de un garaje. Y nuestras aventuras en las arenas, hoy todo construido, en famosas calles, como Juan Manuel Durán o la avenida Mesa y López.

Y siempre, ante cualquier problema con los padres, allí estábamos dando la cara unos por otros. No había nada de malicia y juntos estábamos despertando a la vida.

De nueve a quince años la cosa cambia un poco y empiezas a no confiar en todos. Pero recuerdo a algunos de ellos con especial cariño. La vida nos ha dispersado y no certifico que si me los encontrase por la calle los reconociera. Creo que todos hemos cambiado de lugar de residencia. Una etapa crucial con recuerdos entrañables pero difíciles de concretar ahora.

A partir de estas fechas los amigos van y vienen. Son como lanzas y flechas que pasan y no sé entretienen.

En la etapa siguiente, la de la universidad, me encuentro un grupo de gente especial que si forman parte de mí intimidad. Y que pasados decenas de años nos hemos vuelto a reencontrar, disfrutando alegremente de nuestros recuerdos y volviéndolos a hacer vivos. Tampoco habían muerto. Unos a otros nos ayudamos a discernir libremente.

Pasando a mí etapa profesional lo reconozco: he sido un ingenuo que creyó que su buena intención de hacer a todos protagonistas del trabajo que yo coordinaba conduciría a una amistad, donde todos supiéramos echarnos una mano. En mi torpeza angelical creí que seríamos algo especial. Me olvidé de una famosa sentencia: en el trabajo no hay amigos, solo compañeros. La gente no te aprecia por lo que tú eres, sino por la función que desempeñas. Y así me llevé el gran palo. Cuando por diversos problemas tuve que dejar dicho trabajo no hubo quien se acordara de mí.

Más tarde, en la juventud de mi madurez, cuando ya había perdido de vista la existencia de la amistad, me encontré, por azares, de la vida con un amplio grupo de personas a quienes hoy siento algo más que mis amigos: son mis hermanos. Más hermanos, podría decir, que los hermanos de sangre.

Y en los últimos años, a raíz de un cursillo de escritura, he tropezado con otro buen grupo de gente donde nos valoramos y apreciamos, no por la función que desempeña él otro y de la que podemos obtener beneficios, sino por ser quiénes somos.

Se dice que hay amigos mejores que la familia. Y creo que es verdad. Así comencé esta reflexión y así la termino.

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