miércoles, 28 de agosto de 2019

Antoine


Lyon, Francia, ciudad histórica como pocas en Europa. Con un gobierno progresista y sensible a la defensa de los valores de igualdad y solidaridad ha dado a luz no solo  experiencias socio técnicas de las que nos hemos beneficiados todos sino también personajes influyentes en la sociedad. Pese a todo ello -y con su propia problemática como núcleo urbano- una visita nos pone de manifiesto cosas tan elementales cómo estás: no todo es perfecto o malo, no todo es blanco o negro.

Comento lo anterior a raíz de una visita turística que acaba de realizar una amiga. A su regreso, me cuenta sus impresiones, en parte sorprendida por lo que ella entiende como de circunstancias insólitas. Bueno, una insólita y otra tristemente no tanto:

En un semáforo dos señoras. Una con  burka pidiendo…, no daba crédito a lo que veía  pues va contra todas sus creencias.

Y por otro lado, es el tercer país Europeo en el que veo a niños mendigando. En este caso concreto era un niño de unos cincos años de pelo castaño, enmarañado, donde posiblemente no ha entrado nunca un peine. Su carita demacrada. Sus grandes ojos estaban vacíos de infancia, desprendía una profunda tristezas, creo que desconocía lo que era sonreír. Sus movimientos eran como los de un autómata. Me agaché para poder hablar a su altura.

- ¿Cómo te llamas?
- Antoine.
-¡Qué bonito nombre¡ ¿y dónde están tus padres? -me señala unas esquinas bastantes lejanas. Me contó que estaban con su hermana que era pequeñita. Según le preguntaba le veía nervioso.
- ¿Tus papás no te dejan hablar con desconocidos?
- No es que pierdo clientes.
- No te preocupes yo te voy a dar dinero.
- Señora ¡que buena es usted! -Y de repente me pregunta- ¿Tiene hijos ? ¿Y los quiere mucho? ¿les da besos? 

En  ese momento me rompo y unas lágrimas silenciosas ruedan por mis mejillas, momento que Antoine con sus manitas que también desconocen el jabón, se acerca a mi rostro y me seca las lágrimas con una ternura que es difícil de describir con palabras.

Inmediatamente lo cogí y abracé aquel cuerpito frágil carente de todo tipo de caricias. Ni siquiera pensé en los bichos que podía tener y que esas manitas me infestaran los ojos.




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