domingo, 25 de agosto de 2019

Gran Canaria en llamas


En realidad, la hostilidad entre los bomberos canarios y las instituciones políticas de las que dependen viene de largo. Concretamente, de hace siete años. Hace poco, el Tribunal Supremo dio la razón a los bomberos en su pleito contra el consorcio, con el que llevan en litigios desde 2012, primero por ampliar su horario de 37,5 a 40 horas semanales y a continuación por no retribuirles todas las horas extra que ellos estiman que se les adeudan.

Esto se une a una situación de cuerpos de bomberos infradotados, que han provocado que parques como el de Tejeda —el más cercano a donde comienzan todos los grandes incendios de la isla— no tenga dotación alguna.

No obstante, su respuesta fue inequívoca. Todos a una. Muchos de estos bomberos incluso interrumpieron apresuradamente sus vacaciones para no dejar solos a sus compañeros, que llevan 10 días haciendo jornadas de 12 horas, de siete de la mañana a siete de la tarde y viceversa.

Además de la denodada actuación en las labores de extinción por parte de todo el mundo implicado, lo único positivo de toda esta tragedia medioambiental es que no ha habido víctimas y que el incendio ha sacado lo más altruista de los vecinos de Gran Canaria. La solidaridad entre canariones se está extendiendo allí donde no llegan las autoridades. Al fin y al cabo, es su isla lo que se quema. Ven que el Cabildo no llega, se sienten la España ninguneada por los medios, lamentan que Pedro Sánchez estuviera tardando en  visitarles —Twitter aparte, el Gobierno ha desplazado a la isla a los ministros Luis Planas y Margarita Robles— y se han dicho a sí mismos que nada se va a arreglar solo.

Ahora solo queda,  cargados de esperanza y paciencia,  encontrar la causa o  causante de los hechos, la distribución de los recursos económicos para  volver a empezar, ponerse de acuerdo las autoridades con quienes dicen representar y no dejar para mañana una efectiva solución de las previsiones estudiadas.



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