miércoles, 14 de marzo de 2018

Camino a la esperanza


Era una de las 245.126 personas que habían sido acogidas en Kenia. Somalíe de origen huyó de su país hace cinco años –en el 2013- porque no quería ser acariciada por balas perdidas de una guerra que comenzó en 1991. En aquel momento no sabía lo que quería en la vida. Era más fácil saber lo que no quería. Volviéndose hacia su ciudad se tapó la cabeza con su pañuelo, una vuelta más y a caminar. Ni miraba hacia adelante. Tampoco hacia atrás. Miraba al suelo siguiendo las huellas de los que la había precedido. Llegarán al mismo lugar: a Kenia.


Fué justo cuando el crecimiento económico de Kenya daba marcha atrás que abrió sus brazos a los somalíes. Siempre ha pasado así: a los ricos no les sobra para dar y a los pobres siempre les queda una cuchara para compartir.
Vecina ahora de Daadab en el mayor campo de refugiados del mundo donde junto al gozo de la acogida sufre la incertidumbre del futuro y la seguridad de no poder volver a su país. En estos cinco años de su estancia ha visto desfilar a periodistas de todo color y género, de toda usanza y costumbres. Ha observado lo que llevan de vestidos, los adornos que usan, los instrumentos modernos de que disponen –sabia de los móviles, pero no que pudiera llevar a Internet en su bolsillo. Todo ello le va produciendo una congoja interior que la abruma. ¿Y por qué yo no puedo vivir como ellos?
Y se puso en camino, sabiendo que no lo tenía marcado sino que lo tenía que hacer ella. Con lo puesto y agua para el desierto. Y para celebrarlo estrenó el traje más bonito que se había hecho en las últimas semanas. A diferencia dela primera caminata hoy lo hacía con la cabeza levantada, mirando hacia el horizonte. Quería construir algo nuevo para ella, no repetir lo que otros estaban deseando que hiciera.A diferencia de la primera ni un terror en sus ojos ni un temblor en su cuerpo. Bala tras bala había volcado su pistola sobre los dictadores fascistas que habían robado su pueblo.
Lo que tenía ya lo había perdido. Ahora iba con la mochila vacía, nada que perder y como segunda opción mucho por ganar al llegar a una nueva ciudad cuyas calles se vean normales sin soldados ni uniformes, cada uno a sus anchas.



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