lunes, 26 de marzo de 2018

Incertidumbre


Sabiendo que yo llegaba al pueblo esa mañana, habías salido el día anterior sin que nadie supiera a dónde ni por cuánto tiempo. No fue fácil la decisión que tomé. Después de ocho años de profesor en la Escuela de Magisterio de mi ciudad, tenía que dejar un puesto estable para quedarme en la intemperie laboral. Eso era lo que más me pesaba. Sí, me quedaría sin los amigos de siempre, mas otros nuevos aparecerían, todavía estaba la hipoteca de la casa en vivo pero la pondría en alquiler…

Pero no podía esperar otro día más. Esperar es una quietud que como mucho le serviría a un muerto. De ahí que no esperara el avión del día siguiente, sino que tomé el último de la noche. Con los ojos cerrados pero con el corazón y la mente abierta, hice aquel vuelo esperando sentir el amanecer contigo a mi lado. Y me dicen que no saben dónde has ido. ¿A dónde iré? ¿A quién recurriré? Algo tendré que hacer y en un sitio donde no conozco a nadie. Por un momento veo como si los cielos se abriesen y cayesen sobre mí una lluvia de goterones y meteoritos, al tiempo que siento como si corazón se resecara. Paseando por aquella ciudad, para mí desconocida, solo miraba para la esquina más próxima, imaginándote llegar desde esa dirección, mientras musitaba permanentemente algo parecido a un rezo: “Te necesito ya, en este instante”. Habían pasado cuatro horas de mi llegada a la ciudad y me parecía una eternidad.






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