viernes, 23 de marzo de 2018

Mil formas de estar a gusto

Era ya una vieja costumbre. Cuando salía de viaje llamaba a su ex para que cuidara de sus perros, sus gatos y sus plantas. Al tener llave de su casa entraba y salía a cualquier hora no estando ella, pero olía en aquel cuadro y detrás de la ventana, en los fondos del ropero y bajo las macetas del jardín.

Por otra parte, ella se veía con él casi todas las semanas, y le contaba sus problemas y cuitas, y le  pedía opinión y consejo. Era la única persona en quien confiaba. Fue él quien había llevado la voz cantante de la separación, cuando ella se negó a tener hijos. Ella era muy liberal y si en aquel sitio no programado la intuición le venía con ganas de juntarse con aquel que había visto por primera vez, se dejaba llevar por ese instinto. Mas  se lo contaba a él.

Hubo una ocasión en que ella misma se hartó de su actitud. Visitando a un primo suyo en el hospital cayó en manos de un enfermero, con quien coincidió en el ascensor, y a quien no paraba de mirar al tiempo que se acercaba fácilmente al mismo a fin de que sintiera el roce de su cuerpo, cuya reacción no se hizo esperar.

El resto era previsible. Al menos supieron salvar lo que quedaba de amistad. Y no fue fácil ni inmediato. Pasaron unos cuantos meses, algunos silencios y muchas conversaciones para que la convivencia entre ambos encontrara unos nuevos cimientos en los que asentarse. No siempre se logra. Lo habitual es, en realidad, lo contrario.

La gente aun piensa que volverán los viejos tiempos, pero ninguno de os dos los extraña. Ahora saben donde están… y están a gusto.


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