jueves, 21 de marzo de 2019

Conversaciones consigo misma


Se había acostumbrado a escucharse a sí misma. Y comenzó aburrirse de ese monólogo interminable.

Ante este sin sentido, aquel día de marzo que hacía mucho frío, olvidándose de ponerse la chaqueta, cruzo rápidamente en la calle, de una forma tan decidida y tan rápida que hasta un coche estuve a punto de atropellarla.

Y probó a caminar descalza, sintiendo el frío y el calor del suelo, la humedad de la hierba haciéndole cosquillas y enterrar los pies en la arena mientras las olas subían y  bajaban y también a sentir el dolor cuando se le clavaban las piedras.

Y así descubrió que se podía caminar por lugares donde no había aceras ni semáforos ni escaparates ni relojes, y pensar que con un poco de fuerza podría incluso volar. Respiró, escuchó música, y la alegría de la novedad -esa que es distinta a la tristeza de la soledad- volvió de nuevo a su casa.

Y sintió que esa alegría hablaba con la pena y le susurraba la experiencia tenida. Entendió que necesitaba de las dos, caminando día tras día, con la mirada puesta en lo por venir.


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