domingo, 3 de marzo de 2019

Pequeñas grandes cosas

No podemos hacer grandes cosas, pero sí cosas pequeñas con un gran amor”. Es una de esas frases lapidarias que tiene Teresa de Ávila.

Vivimos inmersos en una sociedad en la que la importancia de una persona le viene dada por las “cosas grandes” que hace.

Entre una acepción y la otra hay diferencias, que ahora no voy a explicar evidentemente, porque no es este el cometido que pretendo.

No sé si estaréis o no de acuerdo conmigo, pero cuando hablo de hacer “cosas grandes”, estoy pensando en algo que llama la atención por su enormidad física o su dificultad evidente, por ejemplo, o en acciones que sobrepasan la capacidad normal de las personas.

Sí, mal que nos pese, el dinero continúa siendo, desde que este se convirtió en elemento esencial para conseguir bienes y servicios, en el referencial más claro a la hora de calificar la importancia de personas, cosas y acciones. Ese es para muchos el elemento que utilizan como vara de medir.

En segundo lugar, la grandeza a una persona le vendría dada por el esfuerzo que ha tenido que hacer para conseguir un logro o llegar a una meta. No me refiero solamente al esfuerzo físico, sino a cualquier tipo este, como el intelectual concretamente.

Por último, se me ocurre pensar que otro de los factores que nos influyen a la hora de calificar algo cuán sería de grande el aplauso o la admiración que provoca en los demás lo que alguien ha hecho o realizado. Quien sea aficionado al deporte lo tiene muy claro a la hora de entender este tercer supuesto. Y también todas las personas relacionadas con el mundo de la música, del cine y del espectáculo o del arte en general.

Visto así, está meridianamente claro que solamente pocas personas pueden hacer “cosas grandes”; quedaría en manos de unos cuantos dotados, privilegiados, o aupados, pero nada más.

Sin embargo, el poder hacer “grandes cosas” (el epíteto delante), lo que Teresa denomina “cosas pequeñas”, sí que está al alcance de cualquier persona independientemente de su condición social, raza, credo, ideología, etc. Por la sencilla razón que todo hombre y mujer lleva en su corazón el instrumento con el que se hacen “semejantes cosas”, que no es otro que el amor y que está muy por encima del dinero.

Solamente me gustaría, para finalizar, añadir una cosa: no estaría de más aderezar este amor con unas cuantas dosis de humildad; lo convertirían en único y lo añadirían un grado de cualidad insuperable.



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