Barranco, ladera, cualquier
otro terreno por donde el agua fluye va a parar al mar. Los que hemos nacido y
crecido junto al mar tenemos nuestras diferencias con los que no. Igual no se
nota exteriormente, pero existir, existen. Así el horizonte por un lado parece
más cercano y por otro nos sumerge en el mundo universal, sintiendo que no
estamos solos si no rodeados de otra gente.
Para muchos sentarse junto al
mar y contemplar el horizonte es vivir la paz y la serenidad. Para los que no
han nacido ni se han criado en ese contexto el mar muchas veces les produce lo
contrario: desasosiego y ansiedad. Y el que un día el mar este sereno y otro
día este aparentemente endiablado es
señal de relax.
En definitiva, igual lo que
nos fascina del mar es su manera de ser cambiante. El mar es también la ocasión
de despedirnos de bullicio y alboroto del planeta.
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