sábado, 21 de octubre de 2017

Reencuentro con un amigo imaginario

Hiciste muchas competiciones. Digamos que ganaste siempre cada carrera. Al menos hablabas de una y de otras con esa convicción. Tu sorpresa fue que no te daban la copa de la victoria y calmabas tu sentimiento con el trago de tu propia saliva. Y mira por donde, eso fue haciéndote inmune a todo. Ya no te preocupaba oír los aplausos de los demás a tu paso. Te acostumbraste a las quejas, unas mejor expresadas que otras, y todas las rebatías dándote la razón a ti mismo y queriendo enseñar al otro la verdad de las cosas.

Y así ibas llegando poco a poco al final de tus competiciones, con la sorpresa de que tu sombra, tu única sombra, fue tu única y desleal competidora. Con el tiempo te recuerdo como un fantasma errante que portaba unas manos que se abrían y se cerraban siempre vacías.


Hacía tiempo que no te veíamos y hoy, en una época de altas temperaturas, te hemos visto llegar con tu ropa de invierno, enlutado, invitándonos a sentarnos en las piedras del parterre para explicarnos, que no compartir, tus ideas. ¡Oh, tus ideas! No las has cambiado. Viven ya en el mundo de la rutina. Vale más que te subas al carromato nuevo que muchos de tus vecinos hemos hecho para dirigirnos cada día a ese azul horizonte, donde no puedes poner tu humor y autónoma sabiduría. Allí no valen, amigo, cenizas y polvillo.


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