miércoles, 30 de mayo de 2018

El árbol


Al amanecer de aquel día, y antes de que el sol luciera toda su potencia, se dedicó a regar los arboles de la huerta especialmente aquel donde su mujer, hace veintidós años, parió a su hija Elena. Conforme se acarcaba, descubrió  que una especie de sombra hacía que, por la banda izquierda, el tronco del árbol pareciera más grande. Una mayúscula sorpresa se llevó al constatar que aquella sobra no era otra que su hija Elena que, con su kit para hacer Origami del que no se separaba nunca, Y allí estaba ella haciendo figuras de papel relativas al  embarazo y la maternidad. Venía allí con frecuencia para celebrar la vida y la naturaleza no contaminada, ya que, con solo la ayuda de la propia naturaleza, se había encontrado allí con el parto de su hija, al igual que lo hacia el padre para seguir manteniendo en vida a aquel que había acompañado a su mujer en el parto de Elena.  Dos limones que habían en el bolso de la hija. y bien exprimidos por su padre fueron el material usado en aquel brindis por la vida, que ambos hicieron mirando hacia el sol cuyo amanecer también parecía brindar con ellos.

Como contraste y de fondo, catástrofes de todo tipo dejaban a oscuras a muchos habitantes del planeta, víctimas del monstruo de la ambición de las que el noticiero del día daba relación.

De regreso a casa, un viejo cd convertido en mp3 que Elena llevaba consigo, donde Ana Belén canta a Lorca, les devolvía la  alegría interior: “Por tu amor me duele el aire, el corazón y el sombrero. La mar no tiene naranjas ni Sevilla tiene amor. Morena, que luz de fuego. Préstame tu quitasol”.

Al llegar a casa, ambos sacaron de la estantería su vieja libreta o donde anotaban experiencias de la vida que daban muerte al monstruo que figuraba en la portada. Y allí escribieron: “Desechemos tristezas y melancolías. La vida es amable, tiene pocos días y tan sólo ahora la hemos de gozar”.




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