lunes, 28 de mayo de 2018

Vida


Era aún un mozalbete cuando comenzó a sentirse golpeado por distintos sitios en la vida. Por eso, cuando se encontraba de repente con un gesto de alegría se sentía cercano a la vida. Las mismas circunstancias que le llevaron a la oscuridad le trajeron la risa y el contento.

Y hoy, en el momento del amanecer, al levantarse sintió cómo que estaba naciendo a la vida. Al salir a la calle sintió ganas de repartir abrazos, de sembrar sonrisas donde todo parecía excesiva seriedad, de colgarse una cesta de pan sobre los hombros e ir repartiendo trozos a todo aquél que se encontrase por el camino. De seguir marchando hacia el frente sin contar los obstáculos ni quejarse de ellos y a realizar sus deberes caminando entre las sombras, pues la luz solo la podría poner él mismo desde su interior.

Sabía que no iba a ser fácil. Porque, en definitiva, se trataba de amar y, si bien en el amor encontraría las respuestas que en cada momento buscara, era ya consciente que el amor también duele, lastima y hiere, porque somos humanos y no hay nada ni nadie que perfecto fuese.

Aquella noche, de vuelta a casa, tras haber realizado sus deberes, marchaba suave y despacio, con la mirada hacia el frente dándole su mano a la vida y diciéndole: ”Dame, vida, tu mano y no la sueltes, que te quiero y no quiero perderte, que soy pequeño y tengo miedo a la oscuridad de la noche. Abrázame, vida, y no me sueltes que soy niño y necesito calor, que es fría la noche.




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