martes, 8 de mayo de 2018

La montaña


Buscar la verdad en las relaciones de otros en un acontecimiento no es nada fácil. Buscarla en nosotros mismos, en muchas ocasiones, nos resulta hasta incómodo. Y todo ello porque sentirse o pensar que uno es dueño de la verdad es el absurdo, el más absurdo de todos los absurdos.

Y es que la verdad a veces es incómoda y otras desconcertante. Actuamos erróneamente cuando intentamos imponerla. Por eso los dogmas y las ideas fijas no caben en la convivencia  de los humanos.

Cabe el compartir y el proponer. Cabe plantear las cosas con humildad y ternura. No caben los fundamentalismos ni los radicalismos de cualquier tipo. Sólo cabe el camino del diálogo y del querer aprender.

Pero esa es la teoría, una teoría que todos, salvo excepciones, suscribiríamos. ¿Qué provoca que todos aceptemos la teoría pero la realidad la desmienta? Quizás sea la dureza de corazón que nos habita, quizás se deba a que raramente los humanos aceptemos fácilmente la discrepancia y aun menos el error. Nos resulta muy difícil aceptar una equivocación, pareciera que no es ajeno a nuestro código genético.

Nos lo explicaba bien Ortega y Gasset cuando nos ponía este ejemplo: “La montaña que está en las afueras de nuestro pueblo es la misma para unos que para otros? Así parece. Sin embargo no tiene la misma visión el que la ve de este pueblo que el del pueblo de enfrente. No tenemos la misma imagen cuando la vemos de lejos que cuando nos vamos acercando y mucho menos cuando estamos en su falda. Y qué diferente es si la contemplamos desde su cima a si lo hacemos a media altura mientras la subimos. y, sin embargo, viéndola de distintas maneras es la misma montaña”.



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