domingo, 26 de agosto de 2018

Leche cruda


Debía tener siete u ocho años mi amigo Damián el verano en el que sus padres le llevaron a un pequeño pueblo perdido en la sierra del Guadarrama. Su abuela, la señora Natividad -una entrañable murciana bajita y regordeta-, había convencido a la familia que la mejor forma de curar la tosferina del crío era que su nieto pasara esos meses calurosos, rodeado de ovejas y cabras. Al parecer, el polvo que levantaban los animales mientras el pastor los llevaba de aquí para allá eran un remedio eficaz contra sus pulmones debilitados. Por aquellos años, mitad de los sesenta, la esperanza de vida en nuestro país no llegaba, ni con mucho, a los 70 años. Era aquella España aun quedaba mucho camino por recorrer en cuestiones sanitarias. Enfermedades como la viruela, las paperas, el sarampión, la tosferina, el tifus, el tétano causaban pavor. Lejos quedaban aun estas “Tres Ces” -cáncer, coche y corazón- que tanta alarma causan hoy en día.

Damián se pasó semanas poniéndonos al día de las aventuras que un niño urbanita vivió durante su aquellas semanas, pero no recuerdo si aquella experiencia sirvió para dejar la tosferina atrás. Me inclino a pensar más en la eficacia de la vacuna que acabó poniéndole el médico de cabecera -que era como se les llamaba entonces a los que hoy llamamos médicos de familia-. Posiblemente doña Natividad se murió años después convencida aun de que su remedio eran tan eficaz o más que aquella inyección que le pusieron a su nieto.

Desde entonces, la medicina ha progresado a pasos agigantados. No nos damos cuenta porque el ser humano tiene una capacidad asombrosa para acostumbrarse a las buenas noticias. Lo hacemos tan fácil  y rápidamente que perdemos de vista el sentido común. No creemos inmunes, caminando en una sola dirección por un sendero con una única dirección.

... e improvisamos o, peor aun, nos da por desbarrar directamente. Nos sacamos de la manga “medicinas alternativas” cada vez más alejadas del método científico. O nos aventuramos al abandono de las regulaciones sanitarias establecidas tras años y años de experiencias. Cada vez son más frecuentes padres de familia que se saltan las normas de vacunación de sus hijos, so pretexto de los abusos de las empresas farmacéuticas (reales en muchos casos) o de negativos efectos secundarios. ”Mucha química” aducen.

En otras, incluso, ignoramos el sentido común y sentenciamos que no hay peligros en consumir -sin ir mas lejos- leche cruda sin someterla al proceso de pasteurización; es decir, ingerir leche de vaca, cabra u oveja directamente de la tata a la mesa. Se argumenta que, de esta manera, se conserva todo el sabor natural y todas las propiedades que regala la naturaleza; las mismas que se pierden al cocerla. Lo que no se revela es el trasfondo económico que hay tras la propuesta. ¡De locos! No es que se pongan los que así obras en peligro, es que nos ponen en peligro a los demás

¿Nos imaginamos un mundo en el volvamos a prescindir de las vacunas y de los criterios de comercialización de lo que nos llevamos a la boca? ¿Merece la pena correr el riesgo?




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