sábado, 10 de noviembre de 2018

La casa de acogida


Son las seis y cuarto. Desde  la terraza del hotel frente a casa llega lo más parecido a un olor a resignación. Se nota  alguna cara de espanto. Gente que pasa por la calle, al escuchar el alboroto, se paran expectantes ante el tumulto. Sonaron las seis y media y se abrió el portal de aquella casa de acogida. Dos personas mayores salían con cara de enfado. Le seguían jóvenes de unos treinta años mientras decían en voz alta: "¿ustedes acogen o maltratan?".

Tras ellos aparecieron dos personas más a las que les brillaba el filo de sus dientes y los ojos cargados de rabia queriéndoles meter de nuevo dentro de la casa.

Una señora de mayor edad que los que allí estaban pasaba en ese momento y, agarrada a su muleta con una mano apoyó la otra en un árbol de la acera y, contemplando el espectáculo, escuchamos como decía:

- Yo pertenezco al pasado, la sangre que se mueve por mi cuerpo está ya cansada. Pero ante lo que veo no voy a dejar que los cristales de mis gafas continúen empañados, ni a callar como si no sintiera dolor. Desde joven me gustaba la poesía y todavía, con voz quebrada y sin mucho esfuerzo, la fuerza de mi sentir que valora y denuncia se va a seguir oyendo. Haré lo posible porque este bochorno donde se explota la enfermedad de los demás se convierta en lo que debe ser: un servicio a la sociedad.



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