viernes, 14 de septiembre de 2018

El hijo del presidente


Desde pequeño miraba con orgullo a su padre. Aunque contadas eran las veces que hablaba con él y ni se acordaba la última vez que leyeron juntos al capitán trueno que jugaron al parchís. Sin embargo, Ramón no dejaba pasar un día sin verlo y hablar un rato. A las horas del telediario interrumpía el juego con sus amigos y mientras comía un paquete de roscas, teniendo a su lado un bote de leche condensada para untarlas observaba a su padre en la tele.

Sus amigos le miraban con cierta envidia. Y le comentaban que viajando cómo lo harían su padres, podía ver en vivo todo aquello que estudiaba en los libros; desde pequeñas plantas de todas las especies hasta grandes animales, paisajes y ciudades o personas importantes como Trump, el presidente ese de pelo de color zanahoria.

Enfrascado en esos  pensamientos, Ramón no llegaba a entender las cosas de las que hablaban sus amigos. Hablaban de chicos jugando a la pelota, de perros corriendo, de abejas que de posaban sobre los árboles.

Pasaron los años y con el tiempo, Ramón fue perdiendo el contacto con los que fueron sus amigos de internado. Mientras, quizás, estos gozaban y disfrutaban del trabajo y de la vida en general, Ramón seguía ante la tele mirando a su padre y no sabiendo que hacer con aquellos 500 euros que, cada semana puntualmente, las 52 semanas del año, le llegaban por transferencia desde la cuenta de un conocido banco.




No hay comentarios:

Publicar un comentario