sábado, 22 de septiembre de 2018

La cotilla





Le gustaba observar a los demás. Mas bien, digamos, “curiosear”. Tanto que hace poco tiempo encargó unas ventanas especiales para su casa. Ella podía ver todo lo que ocurría en el exterior pero a ella desde fuera nadie podía verla.

Cuando alguien tenía dudas sobre las costumbres de algún vecino del barrio el medio más eficaz para conocerlas era preguntar a Elena. Ella se creía la más integra y los vecinos se preguntaban de dónde sacaba el tiempo, pero al -seamos sinceros- todos procuraban no aparecer demasiado muy íntimos de ella, y algunos había que buscaban la manera de darle una lección.

Más de uno (y de dos) pensaba ella no debía meterse en ese juego ni los vecinos darles comba, pues, a fin de cuentas, era un modo de caer en lo mismo que criticaban. Pensaban que la libertad es lo más grande que uno tiene en su vida y que no de podía vivir en aquel pueblo pendiente de un espía. Era como una amenaza bomba permanente... Había que pensar algo, sin venganza ni agresividad, pero que sirviera para que ella reflexionara que no debía meterse en ese juego.

Y así, aprovechando que ella había invitado a unos cuantos a ir a unas cuadras del pueblo para ver los devaneos de una comadre casada con un vecino del pueblo cercano, instruyeron a sus hijos para que hicieran la foto que aparece como título del presente post. Su enfado orquestado con gritos fue conocido en directo por todo el pueblo.

Al final se sacó como conclusión la necesidad de vivir como buenos vecinos en el pueblo colaborando unos con otros  y no haciendo a los demás lo que no quieres que te hagan a ti mismo.




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