sábado, 28 de septiembre de 2019

I robot


Ése es el título de una histórica novela de Isaac Asimov -también de una película con temática relativamente similar-, en la que el autor enunciaba las tres conocidas leyes de la robótica-, según las cuales:

1.- Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño.
2.- Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la 1ª ley.
3.- Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la 1ª o la 2ª Ley.


Hasta ahí todo perfecto; perfecto si no fuera porque esas leyes nunca se cumplen. Los “drones”, cuyo uso no ha hecho más que empezar, ya han sido utilizados en acciones militares y, casi con toda seguridad, habrán causado la muerte de alguna persona o algunas personas. Pero no hace falta llegar a esos extremos para entender que la presencia de robots no es inocua en la actividad cotidiana de la gente. Muchas veces para bien, pero otras no tanto.

Muy recientemente, el Juzgado de lo Social nº 10 de Las Palmas de Gran Canaria acaba de sentenciar la improcedencia de un despido de una trabajadora, con una antigüedad de 13 años en una empresa, que había perdido su trabajo al ser sustituida, sin más, por un programa informático. El motivo: la productividad (hecho seguramente cierto) como motivación fundamental para la decisión.


Pero este hecho ni es nuevo ni, a veces, es tan evidente. Infinidad de puestos de trabajo se han perdido en los últimos años en todas las industrias y servicios en las que ha irrumpido la revolución tecnológica de las dos/tres últimas décadas.

Un robot -una máquina- no se fatiga, no tiene una jornada laboral regulada, no reclama derechos sociales, aumentos salariales… y cuando se vuelve obsoleta y sale del proceso productivo por su obsolescencia, no reclama una pensión digna a costa de un estado, que ha de recaudar los recursos necesarios para pagárselo.

Oponerse a esta transformación es además inútil. Va en contra de la Historia y de la naturaleza humana. Pero, tarde o temprano, habrá que encontrar mecanismos que aseguren condiciones sociales satisfactorias para los desplazados (y todos somos susceptibles de serlo…) actuales y futuros.

Ignoro si la solución es que “los robots también paguen impuestos” (es decir, sus propietarios o empleadores). Pero no estaría de más empezar a planteárselo.



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