lunes, 2 de abril de 2018

Semana de pasión


De muchacho me enseñaron que estos días que han pasado, los de Semana Santa, era tiempo de silencio. Silencio que en este caso era recogimiento, meditación, cantos apropiados para la cuestión, esperar con calma el paso de las procesiones. No bulla, no fiestas, no tenderetes. Viernes Santo, todo cerrado. Silencio para admirar la grandeza de un tío, como el Nazareno, que supo dar su vida por sus principios de los cuales nunca negó.

Pasada la juventud y casi la madurez, yo encuentro que hay un cruce de silencios. Que sí, que es tiempo de silencio. Pero no de aquel silencio. Veo el silencio de los que no llegan a fin de mes para comer dignamente, el de los que trabajan más horas de las previstas y se les paga menos, el de los que no pueden hacer suyo el derecho al trabajo que proclaman las normas de convivencia de su país, el de los que mueren de hambre o de enfermedades totalmente curables pero cuyos medios de sanación no llegan a su país, el de los que son represaliados por expresar libremente su pensamiento diferente al de los que mandan, el de los que mueren en guerras a causa de las balas que fabrican los mismos que denuncian las guerras, el de los nadies de nadies, el de los que toda su vida laboral han estado ahorrando (se lo descontaban de su nómina) para tener garantizada su pensión al jubilarse y ahora se encuentra con que ese dinero se lo han gastado en sainetes los servidores de la patria, el de los que no tienen la ventaja de Puigdemon de estar siempre hablando sin hacer nada y le pagan 4.000 euros mensuales… O sea, que sigue siendo tiempo de silencio la Semana Santa. En este caso, yo diría más bien que todos los días son Semana Santa.



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