sábado, 14 de abril de 2018

Sorpresa

Era el mayor de los herederos de una finca agrícola. Echaba una mano en todo lo que podía. Pero nunca quiso que desde pequeño le marcasen este destino. Estudió, hizo oposiciones y hacía un año que le habían nombrado jefe de la policía local de su zona. Una mañana al llegar a casa de sus padres llegó también uno  de los hijos del capataz. 
Gritaba al bajarse del coche: ¡Guerra en Europa! ¡Guerra en Europa! EEUU,  Rusia y  siria, el país donde ha habido más muertos por causas bélicas en los últimos años.

Enfrascado en pensamientos  que la confusa noticia pudiera acarrear, no se percató de que un coche llegaba a toda velocidad por el camino de tierra. Lo conducía una mujer – su ex que  le presentí por las buenas un bebé:

- Es tuyo, tuyo y mío. Acuérdate de la primavera del año pasado, cómo y dónde y con quien celebraste el equinoccio. Tiene tres meses. Yo tengo que hacer otras cosas porque me han invitado a actuar en el equinoccio de la capital y quiero aprovecharlo.

La mujer se metió rauda de nuevo en el auto y arrancó a toda mecha. Él, con el chiquillo en brazos, la llamaba a gritos pero ya no podía hacer nada. Bajo los ojos hacia la criatura que tenía apoyada en el pecho. El pequeño hizo un puchero y comenzó a llorar. En ese momento cuando se acordó de los días pasados en casa de la Bea, al comienzo de la primavera y lo que disfrutó. Era lo que hasta el momento había sentido y contado. Pero hoy, sintiéndose padre con aquel bulto llorando que era sangre de su sangre, sintió un inmenso remordimiento.

Una nueva vía comenzaba para él. Comenzó a mirarlo de otro modo. Y una leve sonrisa salió de su rosto. Levantó la vista hacia lo alto de la casa del padre y vio revoloteado las palomas fuera del palomar. Subió con su hijo al tejado de la casa. Puesto de pie, levantó el niño hacia el horizonte. Y a voz en grito exclamó: como el sol cruza ese horizonte para llevar luz a los que están detrás del el, así también, tú, hijo mío, volarás tan alto como esas nubes que nos protegen. Y tomando la mano del niño que sostenía la rosa que habían comprado entró en su casa no sin antes plantar en una hermosa maceta la flor de su hijo. “Este eres tú, y verás, con nuestros cuidados, como estarás cuando tengas la edad de estas  mariposas.





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