miércoles, 2 de enero de 2019

¡Fascista!

Corremos el riesgo de desgastar ciertas palabras. A base de usarlas a toda hora y para todo, aquéllas que antes escribíamos en mayúscula –libertad, paz, solidaridad, igualdad…- ahora se nos tornan huecas, vacías de contenido. “Fascista” es una de ellas. Un adjetivo y un insulto que se aplica a todo y por todo; una descripción con la que se quiere desarticular la argumentación de cualquier contrario. Un termino que acaba emborronando cualquier discusión, convertido el adjetivo en arma arrojadiza de todos con todos. Y que en el fondo, simplemente, se aplica a cualquier argumento que contradice o replica al propio.

El Fascismo, ese terrible y asesino movimiento político, causante de millones de muertes y miseria, tiene sus características singulares, propias de un tiempo y de unas circunstancias históricas, que en su más sangrienta expresión devino en el Nazismo. Pero no toda actitud represiva posterior es fascista. Podemos hablar de “Totalitarismo”, “Autocracia”, “Dictadura”, "antidemocrático", etc., etc., pero no simplifiquemos adjudicándole a toda actitud represiva por parte del poder político el adjetivo genérico de “fascismo” porque estaremos haciendo un mal favor a la Historia, desvirtuándola, e incluso minorando la gravedad de sus crímenes.

Todo líder fascista lleva un dictador en su interior, pero no todos los dictadores son fascistas. Pueden ser asesinos crueles, pueden ser liberticidas abominables, pero no necesariamente fascistas.

Abusar del término, usar el adjetivo fuera de contexto, acaba quitándole la dolorosa trascendencia histórica que tuvo, lo trivializa. Y eso no ayuda.



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