domingo, 18 de junio de 2017

Fuera de ridículas disputas

Caminaban juntos a la orilla del mar. Hacía frío. No era el momento más idóneo para sentir el remolino del agua en la orilla enjuagando sus pies. Pero consideraron que era una forma de enviar al fondo del océano las ridículas conversaciones que habían tenido el día anterior. En silencio y envueltos por las nubes del invierno, que no dejaban ver el sol al caminar, sentían cada uno la necesidad de la sombra del otro. Y para firmarlo nada mejor que una aventura: con el frío del tiempo en general y el frescor del agua en la mañana se tiraron al mar y un abrazo empapado en agua selló el final de una de sus penúltimas disputas.

Y todo ello que parece insignificante produce un destello en el mundo. Esta pareja que es consciente de sus debilidades y grandezas somos también nosotros en ese “hacer milagros” de cada día junto al “quemar las naves” de cualquier lugar. Aquellos que son capaces de reforzar más sus uniones somos también los demás que crecemos en fuerza en otras partes.  “Cambio de agonía como de vestidos, no le pregunto al herido cómo se siente, me convierto en el herido.  Sus llagas se hacen lívidas en mi carne mientras le observo, apoyado en mi bastón.   Ese hombre que se sienta en el banquillo y es acusado por hurto soy yo, y ese mendigo soy yo también” Miradme, alargo el sombrero y pido vergonzosamente una limosna…”.
 

Y esto ¿quién lo ha dicho? Sí, sí, ¿Quién ha dicho esto? Esto lo ha dicho el poeta, cualquier poeta. (León Felipe)



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