miércoles, 21 de junio de 2017

Viva usted donde quiera. Sea libre

Corría el año 1870 y cada vez se vivía peor. Solo se salvaba de la catástrofe el uno por cien de la población formada por la nobleza y el clero. El descontento de la población era superlativo. Y pensadores como Montesquieu, Voltaire, Rousseau y los enciclopedistas animaban, con sus declaraciones filosóficas, el ambiente popular. La cosa estalló, como pasa siempre, cuando se gasta más dinero del que entra y llegó la Revolución Francesa. Su objetivo: conseguir una sociedad donde rigieran la libertad, la igualdad y, consiguientemente, la fraternidad.


La Segunda Guerra Mundial dio al traste con todo eso. Y al acabar, la mayoría de los que dirigían los destinos de los pueblos se pusieron de acuerdo y pensaron en unas normas de convivencia, guiadas por el sentido común, que rigieran cualquier conflicto del tipo que fuesen, incluido el jurídico. Normativa que se aprueba en las Naciones Unidas en diciembre de 1948, imperando en ella el sentido común con cosas tales como “toda persona tiene derecho a comer de su trabajo que nunca le debe faltar, toda persona tiene derecho a decir lo que piensa”, etc…


Y entre ellos llama la atención dos cuestiones: “Usted tiene derecho a vivir donde quiera” (art 13”). “Tiene también derecho a opinar de forma diferente a los que gobiernan y luchar por su modelo social. Puede usted querer y acostarse con quien desee, sea o no del mismo género siempre que ambos lo decidan así. No hay ningún problema en que usted profese la religión que le dicta su conciencia, como tampoco lo hay si no profesa ninguna. No tiene usted que avergonzarse para nada del color de su piel.” Y si en algún sitio no se respetara como usted piensa, ama, reza o no, sepan y entiendan los demás países, que presumen de ser libres, que deben acoger a estas personas cuya vida peligra por la falta de respeto de su país al sentido común.


Y de ahí es de donde nace lo del asilo político y lo de los refugiados. Gente que huye de su país porque peligra su vida. Pero ¿qué pasa después? Llegan a otros países y estos, a pesar de presumir tener como bandera la libertad, no los aceptan. Si pueden los devuelven a su país en el avión, barco o patera en que llegan. Si no, los dejan un tiempo retenido en un centro, como si fueran presos que hubiesen cometido un delito penal, hasta que puedan devolverlos a su país donde sus vidas corren peligro. Y si tampoco consiguen devolverlos, los dejan sueltos en el país (no libres) sin papeles, sin permiso de trabajo, facilitando así el propio gobierno que trabajen ilegalmente y que los empresarios les paguen con dinero negro. Al final todo este rollo les sale más caro que acogerles desde el principio con la posibilidad de un permiso permanente para residir y trabajar.



Por eso lo de hoy, Día Mundial del Refugiado. “Los gritos de volved a casa negros, refugiados, sucios inmigrantes, buscadores de asilo, chupando de nuestro país, negros con sus brazos extendidos huelen extraño. Son salvajes, destrozaron su país y ahora quieren destrozar el nuestro”. Como las palabras, las malas pintas les son indiferentes; tal vez porque duele menos que te arranquen un brazo o los insultos son más fáciles de tragar que los escombros los huesos o el cuerpo de tu hijo hecho pedazos.


1 comentario:

  1. Es, tal vez, la más dura -pero también la más necesaria- reflexión que he leído en este blog. Reconozco que me gustaría estar equivocado, pero me temo que esta guerra, la de los derechos humanos, hace tiempo que la hemos perdido. Aunque seamos muchos los que creamos en ellos y los defendamos.

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