lunes, 26 de junio de 2017

Un poco más de luz

Pasaba por su pueblo y le llamé por teléfono. Era una ocasión para ver a un amigo del que hacía tiempo no tenía noticias y con quien había compartido mucha vida en nuestros tiempos mozos. Se mostró muy contento y, afable como siempre, me invitó a pasar por su casa. Era la hora del almuerzo y lo estaba terminando. No me suponía retraso alguno y allá fui. El encuentro fue muy agradable. La cara de contento de uno y otro lo ponía de manifiesto. Sentados en la cocina comenzamos a charlar de cómo nos iba y lo que hacíamos. Pronto noté que abusaba de monosílabos y expresión resignada. Algo extraño percibía en el ambiente. La ventana de la cocina tenía una cortina ahumada por el vapor propio de los guisos y frituras, pero corrida. De la puerta de la cocina hacia dentro casi no se percibía luz alguna. Estaba en el paro y pensé tenía problemas con el recibo de la luz. Fue cuando le dije por qué no descorría un poco la cortina para iluminar la casa cuando me dijo prefería la soledad. La conversación tornó entonces a niveles más personales y de actitudes ante la vida.

Le comento que una cosa es escucharse a sí mismo y tener los ratos de soledad necesarios y otra vivir en las tinieblas. Que la misma naturaleza nos daba lecciones de ello y hasta cuando jugamos al ajedrez –recordé de joven era un feroz ajedrecista- el camino para conseguir la reina era saltando de blanco al negro. No se puede disfrutar de la vida en medio de la oscuridad. La luz sirve para orientarnos. Es más, tus valores son mecha encendida que puede alumbrar a otros. Estuve serio y machacón. No podía tirar a la basura sus valores. No podía cerrarse a recibir de los otros. Me he hecho el propósito de hacerme el encontradizo en su pueblo en unos veinte días. Aunque salí con algo de esperanza, pues al menos en medio de la conversación se levantó y me dijo “vente que te enseño mi choza” y, en ese momento, no sólo encendió las luces, sino que abrió las dos ventanas del exterior.


Al despedirme su abrazo fue muy emotivo y la gratitud le salía más por los ojos que por la palabra.


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