lunes, 4 de junio de 2018

Los ojos de una niña

No tenía experiencia familiar. Su infancia no se lo había permitido. Desde pequeña el estribillo de la canción de todos los días que se repetía constantemente en aquel pueblo del valle de Liébana, en Cantabria, era: “Hago lo que me salga de las pelotas", "eres una hija de la....", "Soy un hombre y ya está bien que una mujer quiera darme órdenes", "¿Por qué tengo yo que aguantar las impertinencias de este hombre?". Hasta que el día menos pensado su madre tardó diez minutos, después de haber salido su marido al trabajo, en hacer la maleta y arrancar conmigo al pueblo de su madre.

A pesar de su carácter tan hosco, el padre nunca dejó de interesarse por su hija. Eso sí, cada vez que la veía no acababa de dar diez pasos y  ya le estaba haciendo todas las preguntas habidas y por haber sobre su madre. Y la hija, testigo vivo y sufriente de las amenazas del uno para la otra, siempre contestaba lo mismo:

-Está bien, su tiempo libre lo dedica a regar las plantas y a vigilar lo que tengo que hacer para el colegio, etc.-. Máxime cuando ella desde los siete años le decía a su madre: "no dejes que te pegue”. Y pocos años después “Haz lo que hizo la madre de Elisa, hizo la maleta y después de pasar por la policía se fue a casa de la abuela".

Afortunadamente los niños desde hace un tiempo no se parecen a la generación de sus padres, no solo por la aplicación de las nuevas tecnologías sino también por la práctica del sentido común. Y para darle el empujón final, la niña llamo a su abuelo y le contó lo que pasaba en su casa. Y ello motivó el viaje a la mañana siguiente a casa de los yayos.

“Los niños hoy nos enseñan más que cien maestros” es el título de un libro que está en el mercado y si hacemos caso muchas más alegrías y raciones de optimismo sembrarán en nuestras casas. Ahora todo va a ser al revés: aprende el que enseña, recibe el que da, queda lleno el que se vacía. Y es que en el proceso educativo los padres también salen enriquecidos -mucho más de lo que se cree-, porque los hijos son pequeños maestros que nos enseñan cosas grandes. Son las cosas que no están en los libros: optimismo, ilusión, imaginación, humor, alegría, confianza, serenidad…

Y…., el próximo mes estamos de boda. Aquella niña se casa. También ella encontró a un hombre bueno. Su padre no irá a la boda. Después de cumplir los años de condena que le tocó no podía soportar la vergüenza que sentía cada vez que se encontraba a su hija por las calles del pueblo. Con un pequeño bolso tipo mochila lo vieron subir un día al tren que salía con destino a Almería. Al fin y al cabo, lejos.




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