miércoles, 27 de junio de 2018

Rusia, 2018


El mundo parece que se ha parado. La tierra ya no da vueltas alrededor del sol. Hay horas determinadas en las que no circula coche alguno por la carretera. Los bares con Tv están abarrotados. Y en el salón de casa se oye el respirar jadeante de los que sentados están mirando todos hacia Rusia.

No solo en mi ciudad. El mundo entero está pendiente de ver cómo, por dónde, entre quiénes va a para el balón. Son muchos los campos por donde corre, pero toda la atención está centrada en el campo ruso. Las cámaras están repartidas. Mientras unas siguen las carreras del balón, otras apuntan a las caras de la gente, como la imagen que ahora se está proyectando del muchacho, que nervioso, con un cuenco de cerezas en su mano, las devora de un bocado, en lugar de sacarle gusto a cada una.

Hay amplios grupos que, no sintonizando con Moscú, dado que la mátrix que ahora tutela Putin no les cautiva, intentan que los demás tomen conciencia de que ese balón puede unir a las naciones y culminar con una cita planetaria, donde todos los que en el mundo revolucionario han sido puedan celebrar sus logros. Como símbolo de ello llevan unas cajas con fotos del Che que reúne a las naciones y que, con cierta frecuencia, pasean con cantos revolucionarios, ante los cuales, los fanáticos putianos responden rompiendo todo lo que encuentran a su paso, como ha ocurrido hoy con aquel hermoso juego de mar que, al terminar la manifestación, un chaval del grupo quería regalar al primer chico ruso de su edad que viese.

Ojalá este mundial sirva también para sellar amistades y vínculos que superen las fronteras y las distintas ideologías.



No hay comentarios:

Publicar un comentario