lunes, 25 de junio de 2018

Poesía a mano


Cuando salía de casa, a donde quiera que fuese, incluso el super, iba con un libro de poemas en la mano. Como la monjita que va por la calle con su inseparable rosario.

Cuando le preguntaban el por qué de esas costumbres, solía responder cosas como estas: por si se  hace de noche, por si surge ese viento seco y frío que viene a rachas pero es muy fuerte, por si aparece con sus costumbres violentas el tirano de turno, el policía que todavía usaba las porras, o el villano del pueblo que aprovechaba las noches para abusar del más débil. ¿Y por qué un libro de poemas para todo ello? Porque la poesía me ayuda a ser humana, por si se hace de noche, porque en un poema puedo tener al mundo, por si se levanta el cierzo, por si me encuentro algún amante, por si se pone a tiro el tirano de turno y tengo que hacerme ver (yo, la invisible), porque la poesía me ayuda a ver las cosas con ojos de niño, porque me ando preguntando últimamente quién dice ser el dueño de esta barraca en la que nos subieron, porque la poesía es como sentir al universo tocando música desde tu corazón, porque quiero que sepa que tengo libre acceso a una voluntad libertaria y a una idea fatal: la de que aquí cabemos todos.




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