sábado, 2 de junio de 2018

Todo ladrillo hace pared


Cuatro años largos vivió bajo el manto del Opus Dei que cubría sus pensamientos, hasta que un día decidió pensar por su cuenta y, aunque costándole esfuerzo, abandonó dicho grupo. Verla hoy en grupos de organizaciones de pensamiento libre es, casi, como un retrato de la actitud laicista. Su manera de entender la vida está basada en la experiencia humana y en la relación libre y voluntaria de la gente entre sí y no en una referencia dogmática que le viene de arriba.

Habíamos quedado en charlar un rato anoche al acabar la reunión de nuestro grupo. Me quedé maravillado no solo del cambiazo experimentado, sino de como añadía elementos nuevos de reflexión a nuestros planteamientos. Ella fue quien dirigió la orquesta de la conversación a dos y yo, mientras cenábamos en grupo, seguía su apasionante discusión filosófica que ella apuntaba que tenía unas ideas conductoras muy concretas : “La Iglesia necesita del laicismo”, “El laicismo espiritualiza a la Iglesia”,  “El ecumenismo, baluarte de la Iglesia, es, sin embargo, practicado por la sociedad de libre pensamiento.

Antes entendía que la espiritualidad es poco más que rezar. Ahora es establecer lazos de comunión entre los diferentes grupos y las distintas personas. Y todo ello conjugado con el espíritu crítico y la libertad de pensamiento.

En la práctica -en la realidad- todo pasaba por disponer de estructuras estatales laicas que garanticen la libertad  y la democracia. De poco sirven los francotiradores por libre. Los objetivos importantes requieren voluntades colectivas.

Aquí es donde entra el laicismo como una alternativa humanista que nos lleve al aprendizaje de la vida en sociedad y de sus exigencias; de la democracia participativa y de la cultura. Cabe aquí una pregunta: ¿Qué esfuerzos económicos están dispuestos a realizar nuestros Estados en el financiamiento de las organizaciones filosóficas no confesionales. Seamos realistas: muy pocos.

De poder contar con ese esfuerzo -unido al que nace de la gente- podría pasarse de las palabras a los hechos y, así, paliar el subdesarrollo mental de los ciudadanos, producto del dogma y la ignorancia.

No confundamos, no caigamos en los prejuicios de siempre. El laicismo no  es una lucha contra la iglesia, pues aceptando el reconocimiento de las concepciones filosóficas no confesionales, todos, incluidos los movimientos religiosos, estaríamos empeñados en la voluntad de construir una sociedad progresista y fraternal, dotada de instituciones públicas imparciales, garante de la dignidad de la persona y de los derechos humanos, garantizando a cada uno la libertad de pensamiento y expresión, así como la igualdad ante la ley sin distinción de sexo, origen, cultura o convicción.

Todo ladrillo hace pared.




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