Ninguna casa o departamento se exenta del rincón de los recuerdos, sea un cuarto, una recamara vacía, un clóset, una esquina; cualquier lugarcito donde solemos guardar fotos, detalles, artículos y cosas semejantes que nos hacen viajar al pasado algunas veces alegre otras veces triste, pero que de alguna manera disfrutamos.
Mi mamá guardaba unas maletas viejas, de esas de metal, cuadradas. Ahí guardaba los primeros vestidos de mis hermanas mayores, retratos de mi padre, recuerdos de bautismos, cartas y muchas cositas que de cuando en cuando sacaba y que o bien le provocaban sonrisas o le sacaban alguna lágrima evocando sus memorias.
Conforme pasaron los años, la emoción de que mi mamá nos contara las historias al ir sacando cada cosa cuando abría las maletas, se fue desvaneciendo, quedando en el olvido. Crecimos, nos casamos y formamos nuestras familias y poco a poco fuimos haciendo nuestro rinconcito de los recuerdos, conservando fotos, detalles, objetos para evocar nuestras propias memorias.
Nuestra niñez, adolescencia y madurez van pasando de prisa sin darnos cuenta y poco a poco volvemos a nuestro rinconcito para detenernos un poco en el tiempo y volver a vivir, a reír, a llorar, a meditar en lo que hemos hecho, cómo fuimos y lo que pensábamos entonces, haciéndonos un montón de preguntas.
Si tenemos la suerte de vivir muchos años y forjar bonitos recuerdos, esos momentos se hacen atesorables y los buscamos con avidez, con añoranzas y melancolía. Si además tenemos la suerte de gozar de buena salud y buena memoria, lo disfrutamos y compartimos sin pensar si a las nuevas generaciones les interesa o no, solo lo compartimos y lo disfrutamos, pero si llegamos a viejos con demencia senil, alzhéimer o algún otro problema de memoria, todo aquello se pierde con el tiempo. Los objetos pierden el valor que alguna vez les dimos y se convierten en basura acumulada. Esos rinconcitos dejan de tener valor si no se lo transmitimos a otros.
Recordar el pasado no es nada más “volver a vivir”, es fortalecer nuestras raíces, tener los pies en la tierra sabiendo de dónde venimos y lo que somos ahora, es reconocernos tal como realmente somos en el presente, es también pasar la estafeta a otros. Algunos recuerdos es sano olvidarlos, pero también otros son buenos para alimentar nuestra alma de alegría. Una pequeña dosis de pasado puede estabilizar nuestro presente, si lo recordamos con sabiduría.
Se dice que hay que vivir el presente, y eso está bien, pero nunca olvidemos nuestras raíces para tener los pies firmes en la tierra, pero también procuremos soñar un poco con el futuro para avivar nuestra esperanza. Vivir solo el presente sin aprender del pasado y sin anhelar el futuro, me parece una existencia vacía, sin sentido y poco sabio.
¿Alguna vez has compartido con los tuyos, los que amas, tu rincón de los recuerdos?