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sábado, 6 de febrero de 2021

La plaza del barrio

Le vi por primera vez en el jardín de la pequeña plaza del barrio. A través del pequeño espacio entre las hojas de los árboles nuestros ojos se encontraron. Pero él, con cara de tímido, se fue corriendo. Y aquel “hola” que yo quería decirle se siguió moviendo de aquí para allá con las hojas de otoño. Al igual que la cinta de mi muñeca que se me enredó en las hojas de los árboles cuando intenté ir tras él. Voy con frecuencia al pequeño jardín –a la misma hora y al mismo sitio. Pero ni la puesta del sol le hacía aparecer.

Y así llegó la primavera con sus primeras flores que parecían cansadas de aquel pequeño esfuerzo por ver la luz del sol. Y mi corazón volvió a vestirse del verde de la esperanza, o más aún del verde de deseo. Y aún en primavera esperaba que aquellos ojos que yo vi volvieran a nacer.

La primavera se acababa, cada día iba despidiéndome de ella. Faltaban dos días para eso y la primera de esas dos noches me senté en la yerba. Así sentada, oigo una voz varonil que llegaba de mis espaldas que me dice: “Solo vi tus ojos una noche, y no se me han olvidado”. Volví la vista hacia atrás y, pasado el asombro contemplativo, corriendo hacia él, y sosteniéndonos con las palmas de nuestras manos, sentí cómo introducía en una de mis muñecas la cinta que aquella noche había perdido, y que él había guardado con la esperanza de verme. Y aquel hueco entre los árboles donde nuestros ojos se encontraron un día fue aquella noche la experiencia conjunta de una mezcla entre otoño y primavera.






martes, 1 de diciembre de 2020

Nada es para siempre

Hace tiempo que con ambos me une una fuerte amistad. No eran unos pipiolos cuando se enamoraron. Llevan juntos sobre los treinta años. Ramón trabajaba fuera de la isla, y un verano se conocieron. Un año no más duró él en la capital del país. Tenía un buen trabajo, y lo dejó por ella. Podía haber sido al revés: ella dejar la isla, donde no tenía trabajo, y establecerse en Madrid. Pero la gran ciudad no era para ella. Así que Ramón dejó su trabajo, su círculo de amistades -entre las que me cuento- y volvió a su isla con Raquel, su amada.

Los veranos siguientes frecuentábamos el trato. Todo parecía indicar que caminaban en sobresaliente. El año pasado noté triste a Ramón y distante a Raquel. Cuando me llevó al aeropuerto de regreso yo a la península me dijo que, con la experiencia adquirida, hoy no se hubiera casado. Ni tiempo nos dio a hablar del tema pues fue llegando al aeropuerto. Por teléfono me puso más o menos al corriente. Intuía primero y descubrió más tarde que Raquel hacía migas muy íntimas con un compañero de trabajo. Y era yo el primero en saberlo.

Le molestaba que otros se enterasen, pero de alguna forma tenía que desahogarse. El miedo a hacer el ridículo en el entorno social en que se movía no solo laboral sino socialmente, pues presidía una asociación de tipo cultural muy respetada en la ciudad, le paralizaba para decidir. Y además el seguía enamorado y tragaba. Intenté hacerle ver que dado que las relaciones internamente habían naufragado lo mejor era vivir cada uno su vida sin depender para nada del otro. No terminaba de decidirse.

Hace unos días, de paso por la isla por motivos familiares, quedé con Ramón para cenar. Un grupo reducido celebraban un cumpleaños. Con mezcla de todas las edades no se les distinguía aunque se escuchaba la algarabía. Amén de que nosotros dos estábamos centrados en la toma de decisiones que Ramón evitaba. Pero aquella noche el miedo al ridículo tenía ya marcado su destino final. La vida a veces parece una broma, y en este caso una broma pesada. Cuando ya tarde no cabían más cubitos en la mesa del fondo y nosotros habíamos pedido la cuenta, una pareja entró en el restaurant con intención de sentarse en una mesa. Cuando llegaron a nuestra altura frenaron en seco y se oyó una voz femenina con un: “Uy perdón, nos hemos confundido”. Permanecí descompuesto con una sonrisa rota desdibujada en la faz, mientras Ramón, con su brazo sobre mi hombro, sin saber si llorar o reír me preguntaba si le hacía un hueco en mi apartamento aquella noche.

A la mañana siguiente, en el horario laboral de Raquel, le ayudé a hacer las maletas y salir de la que había sido su casa durante treinta años. Yo si sudé de verdad mi camiseta esa mañana, mientras él, como si nada hubiera pasado, comentaba la vida quería llevar hace tiempo y no se había decidido.


lunes, 24 de febrero de 2020

Diez años después


Sí, soy yo, esa extraña que un día invadió tu vida y transformó tu mundo; no sé aún  por qué.

Dicen que no existen las casualidades. Es posible. ¡Te conocía desde hace tres  cursos!  y fue en una conferencia que daba alguien que no era de la plantilla del colegio y que cuando dijo "la vida está llena de sorpresas. Igual mañana te enamoras del que hoy esta sentado a tu lado, cuando resulta que no se conocían de nada”.

Miramos al momento de un lado a otro. Los dos a un tempo. Tú mirabas a mis ojos cómo te miraban a ti. Y yo hacía lo mismo, miraba cómo me mirabas. Y me dijiste: no es nuestro caso. Nos conocemos desde hace tres años y no ha pasado nada. Ya estamos fuera de tiempo.

Y sin embargo en ese  instante supe que eras tú el ser con el que yo quería vivir mi vida. En el mismo curso, tres años y era la primera vez que nos sentábamos juntos.

También ha sido novedoso lo novedoso que eres tu amando. Llegaste a mi vida y nunca te he palpado intentando ser el dueño. había sido. Lo era al conocerte a ti, y lo sigo siendo: una persona libre.

Sí, cambié todos tus esquemas, derrumbé esos patrones de conducta que creaban en ti muros, estabas preso y no querías volar, ahora veo cuánto hemos crecido juntos, hemos aprendido el uno del otro.

Como tú dices: ”Todos somos ángeles de todos”, y no fue en vano conocerte aquel día, has sido mi gran amigo, eres el padre de mis hijos, y mi amor, ambos nos hemos ayudado en cada momento de debilidad, tristeza.

Y ahora estamos aquí, diez años después de ese día. Siempre juntos y más enamorados que nunca.



domingo, 9 de junio de 2019

Primera cita

Cualquier cosa me irrita. Interiormente, me siento mal con alguna frecuencia. No sé a qué es debido. ¿Depresión?

He quedado mañana con un hombre a quien conocí en una visita que hizo a mi trabajo. Fue una intuición porque la visita fue más rápida que el paso de un cometa... Siento  gozo y alegría ante este  encuentro y al mismo tiempo estoy llena de miedo. Habíamos quedado en la fuente de la plaza de las ranas. A la hora en punto ahí estaba él con gabardina y  sombrero azul oscuro y yo vestida con una  falda roja que estrenaba.

Después de presentarnos decidimos  dar un paseo despacio mientras nos conocíamos un poco más. Fue una salida perfecta. Algo que los dos estábamos necesitando. Solo había habido un saludo de manos, un beso que ha sido de presentación en la mejilla, en una noche entrañable. Me gustó mirarme en sus ojos y sentir que le gustaba mirarse en los míos. Quedamos para el día siguiente, con intención de bajarnos a las 12 en la playa.

Pasaron las horas y ya había salido la luna, que brillaba esplendorosa, cuando me enseñó su lugar de trabajo. No había estado nunca en una sastrería. Mientras me explicaba despacio el proceso de conservación reparación o hechura de cualquier traje, me deslice suavemente por el piso de madera, casi sin hacer ruido y como queriendo leer las huellas que él cada día dejaba en ese pasillo.

La verdad es que interiormente estaba viviendo un momento en de felicidad, donde de manera libre y espontánea expresaba lo que sentía interiormente.

Mientras él no paraba de hablar pausadamente, yo, habiendo vencido a mi propia timidez, me encontraba lanzada como una cometa. Me iba partiendo por dentro en pequeños trocitos, y me senté en plan pose en su mesa de trabajo. Con gran astucia por mi parte, me colgué en la lámpara del techo, mientras abría los libros de su escritorio, queriendo identificarme con su letra, de tal manera que, después de aquella noche, cada día que amaneciera uno de aquellos libros de trabajo me llevara a su pensamiento. Fue aquella la primera vez que cenamos juntos. En este preciso momento, él se dio cuenta de que las cervezas nos estaban haciendo su efecto. Y oí como me decía "Me gustas más volando entre mis libros qué parada mientras cenas pensando en qué vendrá después. Así que dejemos la cena hasta donde ha llegado y vayamos a caminar teniendo como guía nuestra amiga luna quien, con su cariño a todos á nosotros, nos dirá cómo acabar la velada.

Y así hicimos mientras la luna estuvo visible hasta que se escondió detrás de una nube y apareció el sol.